El abogado del diablo (1993)

“El abogado del diablo” (1988) no es, sin duda, un thriller perfecto en el sentido clásico del término, pero resulta ser un estudio fascinante sobre la ambición, la moral y el precio que se paga por perseguir los placeres. Regista por Walter Hill, la película evoca la atmósfera opulenta y peligrosa de los años 80, un momento donde la corrupción y el hedonismo florecían sin tapujos, y eso, en sí mismo, es un punto a favor. La película, con la fotografía cuidada de Billy Leeuwen, recuerda a un clásico de la comedia negra, pero con una densa capa de intriga y un final que subraya la fragilidad de la moralidad.

La dirección de Hill no es particularmente innovadora, pero sí efectiva para crear tensión y mantener al espectador enganchado. Las escenas de persecución, aunque no de los más espectaculares, son dinámicas y bien coreografiadas, contribuyendo a la atmósfera de constante peligro. Se nota la influencia de la estética del cine de acción de Sergio Leone, aunque con un toque más sofisticado, a veces incluso erótico. La banda sonora, compuesta por Giorgio Moroder, es icónica y contribuye significativamente al ambiente decadente y cargado de sensualidad de la película.

La película se centra en Jennifer Haines, interpretada magistralmente por Glenn Close. Close ofrece una actuación sobrecogedora, transmite a la perfección la transformación de una joven abogada ambiciosa en una mujer confrontada con la oscuridad que se esconde tras la fachada de David Greenhill. Su personaje evoluciona de una manera creíble, mostrando una creciente desilusión y un conflicto interno palpable. La relación entre Jennifer y David es el núcleo de la trama, y la química entre Close y William Hurt (David Greenhill) es excepcionalmente fuerte. Hurt, por su parte, ofrece una interpretación compleja, mostrando tanto la arrogancia del playboy como sus vulnerabilidades ocultas. No obstante, el guion, aunque interesante, se ve afectado por algunos diálogos forzados y un ritmo que, en ocasiones, se ralentiza, especialmente durante los interludios con el personaje de Robert Burke (el detective). Sin embargo, la trama se mantiene intrigante gracias a la habilidad de los guionistas, David Koepp y William Goldman.

El guion, en general, es sólido, construyendo una tensión psicológica que va más allá de la simple trama de un asesinato. La película explora la idea de que la búsqueda de placer y la seducción pueden llevarnos por caminos peligrosos, donde la moralidad se vuelve flexible y la verdad, una ilusión. El final, aunque impactante, es deliberadamente ambiguo, dejando al espectador con la sensación de que no hay respuestas fáciles y que la verdadera justicia es, quizás, imposible de alcanzar. La película no ofrece soluciones, sino que presenta una reflexión oscura sobre la naturaleza humana y los límites de la ética.

Nota: 8/10