El amor de mi vida (1999)

“El amor de mi vida” (The Lover, 2009) es una película que, más allá de la trama aparentemente sencilla sobre la fertilidad y el deseo de tener hijos, se revela como una exploración compleja y, a veces, perturbadora de las pasiones humanas, la desilusión y la búsqueda de la plenitud. Claude Miller, a pesar de su muerte prematura, logra construir una narrativa que va más allá de lo explícito, dejando al espectador con la sensación de que hay mucho más bajo la superficie.

La película se centra en la relación entre Sonny, interpretado por el siempre impecable Denis Ménochet, y Susanne, magistralmente interpretada por Yolande Moreau. La química entre ambos actores es innegable y es la base de la fuerza emocional de la película. Ménochet transmite la frustración y la desesperación de un hombre que persigue un sueño, mientras que Moreau equilibra la vulnerabilidad y la ambigüedad de una mujer atrapada entre el deseo y la culpa. Su relación, inicialmente basada en una búsqueda compartida de la paternidad, se transforma en algo mucho más profundo, un juego de engaños y promesas que culmina en una danza delicada y peligrosa.

El guion, adaptado de la novela homónima de Posy Moran, es un ejemplo de cómo la sugestión y la insinuación pueden ser más eficaces que la exposición directa. Miller no se detiene en explicar las motivaciones de los personajes, sino que se permite que la historia fluya a través de miradas, gestos y silencios. Esta ambigüedad es la clave del éxito de la película. La relación entre Susanne y Niels, interpretado por Niels Muller, se presenta como un torbellino de deseo e intimidad, con momentos de pasión intensa y otros de desconexión y melancolía. La película no juzga a sus personajes, sino que los muestra como seres complejos y falibles, atrapados en sus propias pasiones y fantasías.

La trama secundaria, que gira en torno a la pareja Lizzie y Niels y su deseo de adoptar una niña, aporta una dimensión adicional a la historia. Si bien este hilo argumental podría parecer periférico, contribuye a la reflexión sobre la fertilidad, la maternidad y la búsqueda de la familia. Además, la adopción y la complejidad de la filiación se exploran sutilmente, a través de los dilemas morales y emocionales que enfrentan los protagonistas.

Visualmente, la película es un festín para los ojos. La fotografía de Patrick Aurerais, con sus tonos dorados y su atmósfera onírica, crea un ambiente de ensueño que envuelve a los personajes y a la trama. La cinematografía es exquisita, utilizando planos largos y movimientos de cámara suaves para capturar la atmósfera de misterio y vulnerabilidad de la historia. Miller evita el melodrama, permitiendo que las emociones se transmitan a través de la sugerencia visual y la actuación.

En definitiva, “El amor de mi vida” es una película que permanece en la memoria del espectador mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Es una obra compleja, poética y provocadora, que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del amor, el deseo y la búsqueda de la felicidad.

Nota: 8/10