El amor no puede esperar (1949)

“El amor no puede esperar” (To Catch a Falling Star, 1957) no es un melodrama hollywoodense convencional, a pesar de su envoltorio de época y su premisa aparentemente sencilla: una aspirante a actriz busca el patrocinio de dos estrellas de Hollywood para alcanzar sus sueños. Más allá de la historia de amor romántica, la película de Delbert Mann ofrece una meditación sutil pero conmovedora sobre la ambición, la perseverancia y la verdadera naturaleza del éxito. La película se presenta como un examen a la industria del entretenimiento y, en particular, a la deshumanización que ésta puede implicar.

La dirección de Mann es discreta pero efectiva. Se centra en la construcción de personajes y en la creación de atmósferas cálidas y entrañables. El uso de la cámara es deliberado, a menudo documentando la vida cotidiana de Evelyn (Jean Kelly) y sus intentos de contacto con el mundo del cine. No hay grandilocuencia visual, sino una búsqueda constante de autenticidad. Mann evita el sentimentalismo ostentoso, permitiendo que las emociones emerjan de forma natural a través de las interacciones entre los personajes y sus expresiones faciales. Se nota que se trata de un director que tiene en cuenta la dignidad de sus protagonistas y no recurre a artificios innecesarios.

Las actuaciones son, sin duda, el corazón de la película. Jean Kelly, en el papel de Evelyn, ofrece una interpretación desarmante y vulnerable. Su desesperación por tener éxito y su necesidad de ser vista y valorada son palpables. La química entre Jean Kelly y los dos actores veteranos, Jack Carson y Dennis Morgan, es notable. Carson, como el productor Buddy Ryan, aporta una sabiduría melancólica y un humor sutil, mientras que Morgan, como el director, representa el lado más pragmático y a menudo implacable de la industria. Carson y Morgan no se limitan a ser meros asistentes; se involucran genuinamente en la vida de Evelyn, ofreciéndole consejos y apoyo, aunque siempre con sus propias perspectivas. La película destaca por cómo manejan la relación entre estos personajes, evitando clichés y explorando las complejidades de la amistad y el mentorazgo.

El guion, adaptado de una obra de teatro de Preston Sturges, es particularmente ingenioso. El diálogo es afilado y humorístico, con momentos que brillan por su perspicacia. Pero la película no se conforma con el humor superficial. Aborda temas serios como la ilusión del estrellato, la pérdida de la inocencia y la importancia de la autenticidad. La ambición de Evelyn no se presenta como algo inherentemente malo, sino como una fuerza impulsora que puede llevar a la felicidad o a la desilusión. La película también ofrece una crítica velada a la industria del entretenimiento, mostrando la presión por la juventud y la belleza, y la superficialidad que a menudo prevalece en busca de un éxito rápido. La fuerza de la película reside en su capacidad para explorar estas ideas con sensibilidad y sin moralizar.

En definitiva, “El amor no puede esperar” es una película que trasciende su género. Es un retrato sutil y perspicaz de la ambición, el amor y la búsqueda de la felicidad, con actuaciones sólidas y una dirección discreta pero efectiva. Es una joya cinematográfica que merece ser redescubierta.

Nota: 7.5/10