El año de las bodas (2019)

“El año de las bodas” es una película que, a pesar de su premisa aparentemente sencilla, se erige como una reflexión inesperadamente profunda sobre la inercia emocional, el miedo al compromiso y la búsqueda de la propia identidad. Dirigida con una sensibilidad cuidada por Christian Schager, la película no busca ofrecer soluciones fáciles ni un desenlace romántico tradicional, sino más bien explorar las tensiones internas y la incomunicación que pueden surgir en una relación. La atmósfera melancólica y el ritmo pausado, aunque tal vez por algunos puedan resultar lentos, contribuyen a construir una sensación de inquietud constante que envuelve al espectador. Schager opta por una estética sobria, privilegiando los planos que capturan las expresiones faciales y los gestos de los personajes, elementos cruciales para transmitir la complejidad de sus emociones.

La película se centra en la dinámica entre Anna, interpretada con una notable autenticidad por Sandra Hüller, y su nuevo novio, Erik (Moritz Klausner). Hüller, conocida por su trabajo en el cine independiente alemán, ofrece una actuación magistral, mostrando con sutileza la angustia y el miedo que se esconden tras la aparente compostura de Anna. Su personaje es complejo y contradictorio: por un lado, una mujer que aparenta ser independiente y segura de sí misma; por otro, una alma atormentada que se niega a dejarse llevar por la vulnerabilidad que implica una relación sentimental. La química entre Hüller y Klausner es palpable, aunque no se basa en el romance convencional, sino en una comprensión tácita de las frustraciones y las inseguridades de cada uno. Klausner, por su parte, aporta una presencia discreta pero sólida, creando un contraste interesante con la intensidad emocional de Anna.

El guion, adaptado de la novela homónima de Miriam Toews, es el punto fuerte de la película. No presenta diálogos grandilocuentes ni situaciones melodramáticas. La fuerza de la narrativa reside en el silencio, en las miradas, en los gestos que revelan más de lo que se dice. La estructura, con siete bodas como catalizador de la crisis, funciona como un metrónomo que marca el paso del tiempo y la acumulación de frustraciones. La película, sin embargo, se permite cierta licencia argumental que, en ocasiones, puede resultar un poco extraña. La inclusión de la niña, Mathilda (interpretada por Lena Gieseke), aporta un elemento adicional de tensión y complejidad, aunque su función en la trama no siempre está del todo clara. A pesar del desvío, la película logra mantener el interés del espectador gracias a la naturalidad con la que se presentan los conflictos y la honestidad con la que se exploran los personajes.

En definitiva, “El año de las bodas” es una película que requiere paciencia y cierta disposición a sumergirse en la introspección de sus personajes. No es un drama romántico convencional, sino una exploración honesta y a menudo incómoda de las complejidades del amor, el compromiso y el miedo a la vulnerabilidad. Es una película que invita a la reflexión y que, a pesar de sus defectos, deja una huella duradera en el espectador. La dirección es precisa y la actuación de Sandra Hüller es, sin duda, un punto culminante de la película. Es un film que se beneficia de una cuidada banda sonora y de una fotografía que refuerza la atmósfera de melancolía y quietud.

Nota: 7/10