El año que dejamos de jugar (2019)

“El año que dejamos de jugar” es un drama familiar conmovedor y, a su vez, inquietante que explora el impacto devastador del ascenso del nazismo en la vida de una familia alemana. La película, dirigida con sensibilidad por Eva Weber, no se centra en la grandilocuencia de la propaganda o en batallas militares, sino en el microcosmos de una vida cotidiana interrumpida por un evento histórico monstruoso. El resultado es una experiencia cinematográfica visceral y profundamente humana.

La película se centra en Anna, interpretada con una actuación deslumbrante por parte de Clara Hoffmann. Hoffmann logra transmitir la inocencia inicial de la niña, su creciente confusión y finalmente, la angustia lacerante de la pérdida y el desarraigo. La actuación es sutil, pero increíblemente efectiva; observamos la evolución de Anna de una niña despreocupada a una superviviente marcada por la tragedia. El resto del elenco secundario, incluyendo a Hans Müller como el padre de Anna, también contribuye con desempeños sólidos, aunque la historia se centra casi exclusivamente en la perspectiva de la protagonista.

Weber demuestra una maestría particular en la construcción del ritmo. La película se desarrolla a un paso medido, permitiendo al espectador absorber la atmósfera opresiva de la Alemania de 1933. No hay excesiva acción o melodrama. En cambio, la narrativa se apoya en la sugerencia, en los pequeños detalles que revelan el deterioro progresivo de la sociedad y el miedo que se instala en los corazones de los alemanes. La fotografía de Klaus Richter es excelente; utiliza la luz y la sombra para evocar la creciente oscuridad y el sentimiento de peligro inminente. Las escenas en los trenes, en las estaciones de carretera y en los paisajes desolados de Europa Central son particularmente impactantes, ofreciendo una representación visual de la fuga y el desarraigo.

El guion, adaptado de una novela homónima, es inteligente y evocador. La pérdida del conejo rosa de peluche, un objeto aparentemente insignificante, se convierte en un símbolo poderoso de la infancia perdida y de todo aquello que Anna debe abandonar. La película plantea preguntas importantes sobre la responsabilidad, la memoria y el precio de la supervivencia. Más allá de la tragedia personal, la película ofrece una reflexión sobre la facilidad con la que la libertad puede ser socavada y sobre la importancia de proteger nuestros valores y recuerdos. Aunque el tema es pesado, se aborda con respeto y dignidad, evitando la sentimentalidad fácil. Es una película que, más allá de su contexto histórico, permanece vigente y nos invita a la reflexión.

Nota: 8/10