El asesino de muñecas (1975)

“El Asesino de Muñecas” (Child’s Play, 1988) no es una película que te asuste por efectos especiales grandilocuentes o secuencias de terror implacables, sino que logra una atmósfera de inquietud y un horror psicológico sutil que te persigue mucho después de que las luces se enciendan. La película, dirigida por Joe Dante, logra construir una tensión palpable, alimentada por un guion ingenioso y, sobre todo, por la perturbadora presencia de Chucky, el muñeco asesino. Su éxito reside en la lenta y progresiva erosión de la cordura del protagonista, Paul Verhoeven, un hombre consumido por su pasado y una educación peculiar que lo ha transformado en algo parecido a un niño perdido.

La dirección de Joe Dante es magistral en el manejo del suspense. Evita recurrir a los jumpscares baratos, optando por un ritmo pausado que deja que la historia se filtre en la mente del espectador. La puesta en escena, aunque con un presupuesto limitado para su época, es efectiva. Dante utiliza la casa grande y laberíntica como un personaje más, un lugar claustrofóbico y lleno de secretos que contribuye a la sensación de opresión y peligro inminente. La iluminación, a menudo contrastada y tenue, juega un papel fundamental para realzar la atmósfera de misterio y desasosiego. Se nota una clara influencia de "La Noche de los Muertos Vivientes" (Night of the Living Dead) en la forma de construir la tensión y de presentar un conflicto en un escenario rural.

Gene Simmons interpreta a Paul Verhoeven con una vulnerabilidad inquietante. Su personaje es complejo, atormentado por una infancia marcada por la pérdida y una educación que lo ha desestabilizado emocionalmente. Su comportamiento, a menudo infantil y confuso, genera una profunda empatía, aunque al mismo tiempo, es inquietante. La actuación de Simmons es sutil pero impactante, transmitiendo la fragilidad y la alienación del personaje. Aunque el reparto secundario es modesto, las interpretaciones de las maestras y el jardinero aportan elementos cruciales para el desarrollo de la trama y para la construcción del ambiente rural y familiar.

Sin embargo, el verdadero motor de la película es Chucky, interpretado por Brad Dourif. Dourif le da al muñeco una voz diabólica y una personalidad retorcida que lo hacen increíblemente amenazante. La voz de Chucky, una mezcla entre la inocencia de un niño y la maldad de un demonio, es uno de los elementos más memorables de la película. Su desarrollo como villano, pasando de ser un juguete inofensivo a un asesino despiadado, es uno de los aspectos más satisfactorios de la historia. El diálogo que intercambia con Paul es a la vez hilarante y escalofriante, demostrando la gran maestría de Dourif al dar vida a este personaje. La película, en resumen, es un brillante ejemplo de cómo se puede generar terror psicológico sin necesidad de recurrir a los trucos más baratos.

Nota: 8/10