El beso de la pantera (1982)

“El Beso de la Pantera” es una película que, a pesar de ser un remake del clásico de Jacques Tourneur, logra establecerse con una personalidad propia, aunque no sin ciertas trabas. La película, dirigida por Andrey Tarkovsky, se atreve a explorar la alienación, el deseo y la incomprensión a través de la lente fascinante y perturbadora de una mujer metamórfica. Tarkovsky, conocido por su enfoque contemplativo y su estética particular, aporta a la historia una atmósfera densa y melancólica que se instala desde los primeros planos de la protagonista, Anna (interpretada con una intensidad palpable por Margarita Gusieva), y la observa con una lentitud deliberada, casi hipnótica.

La trama, simple en su esencia, se centra en el viaje de Anna a Nueva Orleans para visitar a su hermano, un zookeeper que trabaja en un prestigioso zoológico. El misterio reside en la naturaleza cambiante de Anna, quien, en determinadas circunstancias, asume la forma de una pantera, revelando una conexión innegable con el mundo animal. La película no busca explicaciones lógicas, sino que se dedica a capturar la experiencia visceral de esta metamorfosis, la sensación de estar fuera de lugar, la lucha por mantener el control en un cuerpo que ya no es completamente propio. El guion, aunque a veces se siente pausado hasta la incomodidad, es notable en su capacidad para evocar sensaciones de desasosiego y soledad. La relación entre Anna y el zookeeper (interpretado por el igualmente cautivador actor, Sergei Gavrilov) es sutil y compleja, más un intercambio de miradas y gestos silenciosos que una conversación explícita. Se construye una tensión latente, una premonición de lo que está por venir, sin necesidad de recurrir a la melodramática exposición.

La dirección de fotografía de Alexandr Balabin es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Utiliza una paleta de colores terrosos, con tonos apagados y contrastes suaves, que refuerzan la atmósfera melancólica y la sensación de aislamiento. Los planos largos, la iluminación natural y el uso magistral del color crean una experiencia visualmente rica y evocadora. La banda sonora, discreta pero efectiva, complementa a la perfección la estética de la película. Tarkovsky, fiel a su estilo, sacrifica la acción convencional por la contemplación, y en este caso, la recompensa es una reflexión sobre la naturaleza humana, la pérdida de identidad y la búsqueda de un lugar en el mundo. Es una película que invita a la reflexión, que no ofrece respuestas fáciles y que permanece en la mente del espectador mucho tiempo después de que los créditos finales hayan terminado.

Sin embargo, es importante reconocer que la lentitud deliberada y el ritmo pausado podrían resultar frustrantes para algunos espectadores. La película no es un thriller de suspense; es una meditación sobre la experiencia humana, y requiere paciencia y una mente abierta. No se trata de una experiencia cinematográfica para aquellos que buscan entretenimiento superficial. Es una obra que exige un compromiso activo por parte del espectador.

Nota: 7/10