“El Bosque de los Suicidios” es una película que se instala en la mente con una intensidad y una atmósfera opresiva que, para muchos, resultarán profundamente perturbadoras. La historia de Sara, una joven estadounidense impulsada por la desesperación a investigar la desaparición de su hermana gemela, se desarrolla en el infame bosque de Aokigahara, a los pies del Monte Fuji. La película no se limita a ser una mera investigación policial; se transforma en una meditación sobre el duelo, la pérdida y el peso de los secretos no revelados. Y, sobre todo, en una exploración visceral del horror psicológico.
La dirección de Issa Seto es magistral en su uso del espacio y de la luz. Aokigahara es, en sí misma, un personaje, y el bosque es retratado con una meticulosa belleza sombría. El director utiliza planos largos, silenciosos y con movimiento limitado, lo que aumenta la sensación de claustrofobia y de que los personajes están atrapados en un lugar sin salida. La cinematografía, con predominio de colores apagados y sombras profundas, contribuye a crear un ambiente de constante inquietud. No se busca el gore explícito, sino el miedo sutil, la sensación de que algo, o alguien, está observando. La película evita caer en clichés de terror baratos, y esto es un gran mérito considerando el tema tan delicado y el lugar tan infame.
Las actuaciones son sobresalientes, especialmente la de Hannah Ming-Chung como Sara. Su interpretación es honesta y vulnerable, transmitiendo la desesperación, el dolor y la creciente paranoia de la protagonista. Su viaje emocional es el corazón de la película y Ming-Chung logra transmitirlo con una sutileza que impacta profundamente. El resto del elenco secundario, aunque con menos protagonismo, también ofrece interpretaciones convincentes, aportando complejidad a la narrativa y a los personajes que se cruzan con Sara en su búsqueda.
El guion, adaptado de una novela de Yu Nagai, es una de las principales fortalezas de la película. No se basa en sustos fáciles, sino en la construcción lenta y gradual de la tensión. Se explora el concepto de las almas atormentadas de una forma inquietante, ofreciendo una reflexión sobre el ciclo de la pérdida y el sufrimiento. La película no pretende responder a todas las preguntas que plantea, dejando al espectador con la sensación de que la verdad, si es que existe, es aún más compleja y oscura de lo que imagina. El tratamiento del folklore japonés, integrado de forma natural en la historia, añade una capa de riqueza y profundidad al relato. Es una película que te hace reflexionar mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.
Nota: 7.5/10