El caballo de Turín (2011)

“El caballo de Turín” de Paolo Sorrentino no es una película que entrega respuestas fáciles ni un melodrama convencional. Es una contemplación, un descenso a la melancolía, una radiografía de la soledad y el sufrimiento, filmada con una belleza desoladora que la convierte en una experiencia cinematográfica profundamente resonante. Sorrentino, lejos de narrar un relato lineal, construye una atmósfera preapocalíptica que permea cada plano, cada color, cada silencio. La película no es, en esencia, sobre Nietzsche, aunque su singular episodio sea el detonante de la historia. Es sobre los márgenes de la sociedad, sobre el abandono, la explotación y la búsqueda desesperada de una conexión humana.

El director se centra en la vida de un viejo cochero, interpretado magistralmente por Toni Servitjà. Su personaje es un hombre desgastado por la vida, marcado por el trabajo duro y la soledad. Su relación con el caballo, un animal noble pero maltratado, se convierte en un reflejo de su propia existencia. Servitjà ofrece una interpretación silenciosa pero profundamente conmovedora, transmitiendo con el rostro y los gestos un profundo dolor y una resignación que te calan hasta los huesos. Junto a él, encontramos a la hija del cochero, interpretada por Alba Sgro, una joven que observa con una inocencia triste el deterioro de su padre y el sufrimiento del animal. La interpretación de Sgro es sutil y conmovedora, mostrando la vulnerabilidad de una niña que no comprende el mundo que la rodea.

La dirección de arte y la cinematografía son, sin duda, los pilares de esta película. La paleta de colores es dominada por tonos ocre, beige y gris, creando una atmósfera opresiva y casi mística. Sorrentino utiliza la luz de forma magistral, jugando con las sombras y los contrastes para intensificar el dramatismo de las escenas. La fotografía de Vittorio D'Alfonsina es impecable, capturando la belleza y la decadencia de la ciudad de Turín y el paisaje circundante. Cada plano es una obra de arte en sí mismo, un detalle meticulosamente compuesto que contribuye a la atmósfera general de la película. La música, compuesta por Carlo Sangiuliano, es evocadora y melancólica, realzando la carga emocional de la historia. Es una banda sonora que no intrude, sino que se integra perfectamente en la experiencia visual.

El guion, aunque basado en un suceso real, se siente a veces denso y deliberadamente ambiguo. Sorrentino no explica, no justifica, simplemente muestra. La película se centra en la sensación de pérdida, en la incapacidad de comunicarse, en la búsqueda desesperada de sentido en un mundo que parece haber perdido su rumbo. La trama se desarrolla a un ritmo lento, casi meditativo, lo que puede resultar frustrante para algunos espectadores. Sin embargo, este ritmo también permite que la película respire, que se absorba en su atmósfera y que se establezca una conexión profunda con el espectador. Es una película que exige paciencia, atención y una disposición a dejarse llevar por su belleza y su melancolía. Es una película que te queda en la mente, que te invita a reflexionar sobre la condición humana.

Nota: 7/10