“El Campeón del Videojuego” es una película que, a primera vista, podría parecer un simple relato sobre la búsqueda de la autoafirmación a través de las competiciones. Sin embargo, tras un primer paso, revela una profundidad emocional y un mensaje sutil que, aunque no logran la perfección, resultan impactantes. La dirección de John McEntee es notablemente cuidadosa, optando por un estilo visual que oscila entre la naturalidad y la melancolía. No se recurre a artificios excesivos, sino que se permite que la cámara observe a los personajes, transmitiendo sus inquietudes y su inestable estado emocional con una discreción que es digna de admiración. Se percibe un esfuerzo por capturar la realidad de estos niños, lejos de idealizar su situación. La banda sonora, compuesta por Michael Giacchino, es otro punto fuerte. Evoca con maestría las emociones del protagonista, acentuando la tensión en los momentos de competición y la tristeza en los momentos de introspección. No es una banda sonora estridente, sino una melodía que se entrelaza con la narrativa de forma orgánica.
Las actuaciones son, en su mayoría, excepcionales. Jacob Tremblay, como Jimmy, ofrece una interpretación honesta y conmovedora. Su torpeza en la comunicación no se traduce en una actuación caricaturesca, sino en una representación realista de un niño que lucha por encontrar su lugar en el mundo. Corey Stoll, como su hermano medio, presenta un personaje con una mezcla interesante de pragmatismo y cariño, ofreciendo una dosis de humor negro y ternura a la vez. Sin embargo, Haley Lu Richardson, quien interpreta a Haley, quizás no alcanza el mismo nivel de intensidad. Su personaje, aunque necesario para la trama, no tiene la misma carga emocional que los otros dos protagonistas. El guion, escrito por Sean Baker y Christopher Kenworthy, aborda temas complejos como el aislamiento, la dificultad para comunicarse y la búsqueda de la identidad, pero a veces se siente un poco lento y predecible. La estructura narrativa, aunque efectiva, podría haberse beneficiado de una mayor originalidad. La trama se centra en el concurso de videojuegos, pero a menudo se diluye en detalles y conversaciones que, si bien ayudan a desarrollar los personajes, ralentizan el ritmo de la película. La película logra, sin embargo, exponer la frustración y la sensación de alienación que experimentan estos niños, y el punto culminante, la competencia final, es un montaje vibrante y emocionante. El guion plantea interrogantes sobre la importancia de las conexiones humanas y la búsqueda de la aceptación, sin ofrecer soluciones fáciles, lo que le otorga un valor reflexivo.
La película no es un hito cinematográfico, pero sí es un relato emotivo y respetuoso que merece ser visto. Ofrece una ventana a un mundo poco representado en el cine, y nos invita a reflexionar sobre la importancia de la empatía y la comprensión. La película, en última instancia, celebra la capacidad de estos niños para encontrar su propio camino, incluso cuando el mundo les parece hostil. El final, aunque melancólico, es esperanzador, dejando entrever la posibilidad de un futuro mejor para Jimmy y sus amigos.
Nota: 7/10