“El Candidato” (The Candidate, 1972) es una película de Frank Perry que, a pesar de su estreno en un contexto político específico, sigue resonando con una vigencia sorprendente. Perry logra crear una narrativa claustrofóbica y, sobre todo, inquietantemente psicológica, que se centra en la lucha interna de Bill McKay, interpretado magistralmente por Robert Redford. La película no es una mera sátira política, sino una exploración profunda de la ambición, la manipulación y la fragilidad de la moralidad.
Redford ofrece una actuación increíblemente convincente, llevando al espectador a cuestionar la autenticidad de Bill desde el principio. No es un héroe; es un hombre en crisis, atormentado por un pasado que no puede abandonar y, aún más, por el presente que se le presenta. La tensión que se genera a partir de esta dualidad es palpable, y Redford la transmite con una sutileza que le permite al espectador estar constantemente a la expectativa. Su interpretación, lejos de ser grandilocuente, radica en la vulnerabilidad y el miedo que el personaje proyecta, lo que hace que su eventual aceptación de la manipulación sea aún más escalofriante.
El guion, adaptado de un artículo periodístico de Leslie Caron, destaca por su capacidad de mantener al espectador en vilo. La dirección de Perry es precisa y minimalista, utilizando la iluminación y la fotografía para acentuar la sensación de opresión y paranoia. La película no recurre a grandes escenas de acción o diálogos bombásticos; su fuerza reside en la atmósfera densa que consigue crear. La secuencia en la que Bill se encuentra en el hotel, rodeado de personas que lo observan y lo juzgan, es una obra maestra de la tensión psicológica, logrando que el espectador sienta, junto con Bill, el peso de la presión y la amenaza que le acecha.
La película aborda temas de manera inteligente y provocadora. No solo critica al mundo de la política, sino que también expone la facilidad con la que la opinión pública puede ser manipulada. El personaje de Crocker Jamon, interpretado por Jeff Bridges, no es simplemente un villano caricaturesco; es un producto de la sociedad, un hombre ambicioso que utiliza las debilidades de McKay para su propio beneficio. Sin embargo, la película no se limita a demonizar a Jamon; la película plantea la pregunta más importante: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestros principios por el éxito? ¿Hasta dónde podemos ceder ante la presión social y política?
“El Candidato” es una película que permanece en la memoria. Su exploración de la ambición, la manipulación y la pérdida de la identidad son tan relevantes hoy como lo fueron en 1972. Es una película que invita a la reflexión y que, sin duda, merece ser vista y revisitada. Su impacto, a pesar de los años, es innegable.
Nota:** 8/10