“El Cant dels Ocells” no es simplemente una película; es una experiencia sensorial que se instala en la memoria y se disuelve lentamente, como la niebla de la mañana. Dirigida con una sensibilidad casi etérea por Lluís Carbó, la película se erige como un canto a la búsqueda, no solo espiritual, sino también de sentido en la vida. La premisa, aparentemente simple – tres personajes inconexos emprendiendo una búsqueda de un “Mesías” – se convierte en un vehículo para explorar temas mucho más profundos, como la amistad, la soledad y la necesidad de conexión humana. El título, que evoca la música tradicional catalana, no es una coincidencia; la película está impregnada de melodías, ritmos y una atmósfera que recuerda a las serenatas nocturnas.
La dirección de Lluís Carbó es magistral, no en el sentido de utilizar una gran cantidad de recursos visuales, sino en su habilidad para crear una atmósfera particular. La película utiliza espacios naturales, la luz y el color de forma exquisita, transportando al espectador a un mundo que es tanto real como onírico. La fotografía de Mark Peranson es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película; captura la belleza agreste de los paisajes catalanes y crea imágenes de una belleza casi irreal. Es una película que se ve mejor en gran formato, donde la inmensidad de los paisajes y la textura de las imágenes cobran aún mayor importancia.
Las actuaciones son, en su totalidad, sólidas y creíbles. Lluís Serrat, que también contribuyó con la banda sonora, ofrece una interpretación particularmente conmovedora de un personaje que parece estar al borde del abismo. Su mirada transmite una melancolía profunda y una vulnerabilidad que conecta instantáneamente con el espectador. El resto del reparto – incluyendo a Mark Peranson, quien también se encarga de la producción ejecutiva – cumplen con creces, aportando a cada uno una personalidad distinta y memorable. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de una naturalidad que da autenticidad a la trama.
El guion, adaptado de una obra teatral de Lluís Font, es una de las mayores fortalezas de la película. Si bien la estructura puede resultar un tanto fragmentada en algunos momentos, la película logra mantener el interés del espectador gracias a su tono poético, sus diálogos inteligentes y sus giros inesperados. La exploración de la fe, la duda y el propósito de la vida no es dogmática ni pretenciosa, sino que se presenta como un diálogo abierto y honesto. La película plantea preguntas sin ofrecer respuestas fáciles, invitando al espectador a reflexionar sobre su propia existencia. La teatralidad original de la obra se conserva, lo que aporta una frescura y un dinamismo que elevan la experiencia cinematográfica. Sin embargo, la decisión de no expandir completamente la obra original podría haber enriquecido aún más algunos de sus elementos narrativos.
En definitiva, “El Cant dels Ocells” es una película que merece ser vista y, sobre todo, sentida. Es una experiencia que te hará cuestionar tus propias creencias y te dejará con una sensación de inquietud y esperanza. No es un entretenimiento ligero, sino una invitación a la introspección. Es un trabajo honesto y comprometido, realizado con pasión y sensibilidad.
Nota: 8/10