El cartero siempre llama dos veces (1981)

“El cartero siempre llama dos veces” (1944) es una joya cinematográfica, un ejemplo brillante de la maestría del cine negro y un retrato conmovedor de la desesperación y la bondad en los albores de la Gran Depresión. La película, dirigida con una sensibilidad exquisita por William Wyler, no es una historia llena de acción o de revueltas, sino una meditación silenciosa sobre la dignidad humana y la vulnerabilidad en un contexto social brutal. La ambientación es impecable; el director y su equipo lograron recrear con gran realismo la atmósfera de Estados Unidos de mediados de los años cuarenta, con la pobreza, el desempleo y la sensación constante de precariedad que impregnaban la época. Los escenarios, sencillos pero evocadores, contribuyen a la sensación de aislamiento y melancolía que preside la narrativa.

La película se centra en el personaje de Walter Neff (Gary Cooper), un hombre de negocios aparentemente exitoso, pero atormentado por su pasado y con una mirada enigmática que sugiere una profunda tristeza. Cooper ofrece una actuación sutil y magistral; no es un héroe convencional, sino un hombre roto, atrapado en un ciclo de culpa y arrepentimiento. Su Walter es un hombre que evita el contacto directo, que se comunica a través de miradas y gestos, lo que aumenta el misterio que rodea su figura. La química entre Cooper y Mildred (Joan Crawford), la esposa del dueño del restaurante, es excepcionalmente fuerte y cargada de tensión implícita. Crawford, a menudo subestimada, ofrece una interpretación igualmente poderosa, expresando la frustración, la confusión y la soledad de una mujer atrapada en un matrimonio infeliz. La tensión entre ambos personajes es palpable desde el primer momento, alimentada por la atracción prohibida y la sospecha latente.

Lo que realmente distingue a "El cartero siempre llama dos veces" del resto del género del cine negro es la complejidad moral de la historia. No hay buenos ni malos definidos; todos los personajes están marcados por sus errores y sus limitaciones. El guion, adaptado de una novela de Dashiell Hammett, es inteligente y lleno de giros inesperados. La narrativa se desarrolla con un ritmo pausado, permitiendo al espectador sumergirse en la atmósfera y en la psicología de los personajes. La dirección de Wyler evita los clichés del género, enfocándose en la introspección y en la exploración de las emociones humanas. La película no busca un final espectacular o resolutivo; su poder reside en la ambigüedad y en la sensación de que la verdad siempre es más compleja de lo que parece. La ambigüedad del final, que permite diferentes interpretaciones, es una de sus mayores virtudes y una que mantiene la película en la mente del espectador mucho después de que la pantalla se haya apagado.

En definitiva, “El cartero siempre llama dos veces” es una película inolvidable, un estudio psicológico impecable sobre la fragilidad del alma humana y las consecuencias de nuestros actos. Una pieza fundamental del cine negro que, décadas después, sigue siendo tan relevante como en su estreno.

Nota: 9/10