El cero eterno (2013)

“El cero eterno” no es una película que se olvida fácilmente. Dirigida con maestría por Ryusuke Hamaguchi, la película se construye como un estudio minucioso de la memoria, el trauma y la dificultad inherente a la verdad. La trama, centrada en la investigación de Kentaro y Keiko sobre el pasado de su abuelo, Kyuzo Miyabe, no es el foco principal, sino el vehículo para explorar temas mucho más profundos.

La dirección de Hamaguchi es notablemente paciente. La película se desarrolla a un ritmo deliberadamente lento, casi meditado, que permite que la tensión se acumule orgánica y sutilmente. No se apresura a revelar la verdad, sino que se dedica a observar las interacciones entre los personajes, a documentar la atmósfera opresiva de la vida cotidiana y a construir un sentido de anticipación constante. Esta lentitud, que podría haber resultado tediosa, se convierte en una virtud, permitiendo que el espectador se sumerja completamente en la experiencia de los hermanos Saeki y, en última instancia, en la del abuelo Miyabe.

El reparto es excepcional, en particular las actuaciones de Hiroki Matsuno como Kyuzo Miyabe y Yooa Shinohara como Keiko. Matsuno ofrece una interpretación fascinante y profundamente conmovedora del abuelo, un hombre consumido por la culpa y el miedo. Captura la fragilidad de un hombre que ha estado construyendo un muro de silencio durante décadas, una máscara de calma que apenas cubre el tormento interno. Shinohara, en el papel de Keiko, aporta una mezcla perfecta de curiosidad juvenil y una creciente comprensión de la complejidad del pasado familiar. Su evolución, tanto emocional como intelectual, es el corazón de la película. La química entre los dos actores es palpable, crucial para el desarrollo de la historia.

El guion, adaptado de la novela homónima de Natsuo Kirino, es impecable. La estructura narrativa, dividida en tres actos que abarcan más de tres horas de duración, permite al director profundizar en los detalles del pasado de Miyabe, mostrando los eventos que lo marcaron y las decisiones que tomó. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios morales claros, presentando un retrato matizado y realista del trauma y la responsabilidad. La ambigüedad es intencional y, de hecho, creo que es una de las fortalezas de la película: nos obliga a confrontar nuestras propias ideas preconcebidas sobre el heroísmo y el valor. La representación de la guerra y sus consecuencias, aunque no se centra directamente en la acción bélica, es brutal y honesta, mostrando el impacto devastador en la vida de las personas, mucho después de que los disparos hayan cesado.

En definitiva, “El cero eterno” es una obra cinematográfica densa, reflexiva y profundamente humana. Es una película que requiere atención y paciencia, pero que recompensa al espectador con una experiencia cinematográfica inolvidable. No es un entretenimiento ligero, pero sí una exploración poderosa y conmovedora de la memoria, el secreto y la búsqueda de la verdad.

Nota: 8.5/10