El charlatán (1992)

“El Charlatán” (The Charlatan), la nueva película de Andrew Cogswell, es una joya inesperada, una comedia negra inteligente y profundamente humana que se desliza bajo la superficie de la exageración y el engaño para revelar verdades incómodas sobre la fe, la esperanza y la naturaleza humana. La película no se dedica a sermonear; en cambio, presenta una exploración sutil pero impactante de la vulnerabilidad y la necesidad de creer, incluso cuando la evidencia sugiere lo contrario.

La dirección de Cogswell es precisa y elegante. Mantiene un equilibrio perfecto entre el humor absurdo y el drama emocional. Los planos son cuidadosamente compuestos, y utiliza la fotografía para evocar la atmósfera polvorienta y melancólica de Kansas. Particularmente me impresionó la forma en que utiliza la luz, a menudo contrastando la brillantez artificial de las presentaciones de Nightengale con la pálida luz de la realidad rural. La película no intenta imitar a ninguna otra comedia, sino que construye su propio lenguaje visual, creando una experiencia cinematográfica distintiva.

La actuación de Robert Carlyle como Jonas Nightengale es, sencillamente, magistral. Carlyle interpreta al charlatán con una mezcla de arrogancia, desesperación y una vaga humanidad. Logra que el espectador simpatice con un personaje que, en principio, debería ser odiable. Su interpretación es un ejercicio de control y tensión, alternando entre momentos de carisma innato y destellos de fragilidad. A su lado, la actriz Gemma Chan como la mánager, Brenda, ofrece una interpretación igualmente sólida, proporcionando un contrapunto interesante a la ambición y el pragmatismo de Nightengale. La química entre los dos actores es palpable y fundamental para el éxito de la película.

El guion, adaptado de una obra de teatro, es especialmente brillante. Cogswell no se limita a construir un chiste tras otro; la historia está llena de matices y capas de significado. Las conversaciones entre Nightengale y Marva (interpretada con sutileza por Hannah Furney) son especialmente memorables, abordando temas de fe, sacrificio y la búsqueda del propósito. La película se atreve a cuestionar las motivaciones de los creyentes, mostrando que la fe puede ser tan peligrosa como la incredulidad. La trama, aunque aparentemente simple, está repleta de giros sorprendentes y momentos de genuina sorpresa. La escritura es perspicaz y ofrece una visión crítica pero no maniquea de la condición humana.

En definitiva, “El Charlatán” es una película que te hará reír y reflexionar. No es un entretenimiento fácil, pero es una experiencia cinematográfica recompensadora que te dejará pensando en la naturaleza de la fe y el engaño mucho después de que terminen los créditos. Es una obra que se merece ser vista y discutida.

Nota: 8/10