El Chico (1921)

“El Chico” (The Boy), dirigida por Bethany Elliott, no es una película que te abarque con una fuerza romántica, ni que te ofrezca soluciones fáciles a las complejidades de la clase social o la maternidad. En cambio, se presenta como un retrato visceral, aunque a veces onírico, de la soledad y la conexión humana, adornado con un toque de melancolía y una peculiar belleza visual. La película te atrapa desde el principio, no por su trama grandiosa, sino por la autenticidad de su protagonista, Elsie, interpretada magistralmente por Olivia Colman. Colman, como siempre, entrega una actuación sutil y conmovedora, logrando transmitir la desesperación, el orgullo y la vulnerabilidad de una mujer atrapada en una situación inimaginable.

El guion, escrito también por Elliott, es intrincado y sorprendentemente oscuro. Elliott evita caer en clichés sentimentales, explorando la moralidad ambigua de los personajes y las consecuencias de sus actos. La premisa inicial, la dejación de un niño, es perturbadora y, por supuesto, llena de implicaciones. La película no juzga a Elsie; nos presenta una mujer que, en su lucha por la supervivencia, toma decisiones dolorosas. El desarrollo de la relación entre Elsie y el vagabundo, Thomas (Nick Bottomley), es lo más interesante y, a la vez, lo más inquietante de la película. No se trata de una relación “de padres e hijos” tradicional; es una conexión extraña, basada en la necesidad mutua y una suerte de comprensión tácita. La dirección de Elliott logra evocar una atmósfera de fábula, a veces con toques de realismo mágico que subrayan la fragilidad y la extrañeza de sus personajes.

El paisaje rural de Norfolk, donde transcurre la mayor parte de la historia, es un personaje más. La fotografía de Jamie Harvey es preciosa, capturando la belleza salvaje y el aislamiento del entorno. Los colores apagados y la luz natural contribuyen a la atmósfera onírica de la película. Aunque el ritmo es pausado, la historia avanza con una lógica interna, manteniendo la atención del espectador gracias a la fuerza de los personajes y la riqueza de los detalles. La banda sonora, compuesta por Clint Mansell, es discreta pero efectiva, reforzando la sensación de melancolía y la profundidad emocional de la historia. La película no ofrece respuestas fáciles, dejando al espectador con la sensación de que cada uno debe encontrar su propia interpretación de los eventos. A veces, la ambigüedad es una elección deliberada, un reflejo de la complejidad de la vida y las relaciones humanas. La película plantea preguntas sobre la naturaleza de la paternidad, el amor, la clase social y el sacrificio. La habilidad de Elliott para presentar estos temas con tanta sensibilidad y sutileza es admirable.

La película no es un espectáculo grandilocuente, sino un pequeño drama que te cala hondo. Es una película que te hace pensar, te hace sentir y, en última instancia, te deja con una reflexión sobre lo que realmente importa en la vida. Es una joya poco convencional y profundamente humana.

Nota: 8/10