‘El Cid Cabreador’ (1963), dirigida magistralmente por José Luis Sáenz de Heredia, no es solo una película de época; es una obra de arte visceral que, a pesar de su edad, sigue resonando con fuerza y dramatismo. La película, basada en la leyenda del Cid Rodrigo Díaz de Vivar, se atreve a explorar la complejidad de un héroe, presentándolo no como un idealizado guerrero invencible, sino como un hombre marcado por el amor, la pérdida, la venganza y, finalmente, la búsqueda de justicia. La película se centra en la frustración y el dolor de Rodrigo, un hombre consumido por el amor a Jimena. Su relación, interrumpida por la exigencia del padre, el Conde de Oviedo, desencadena una serie de eventos que lo transforman. La ambigüedad de su transformación, la pérdida de su virilidad, es representada con una sutileza que, en su momento, fue revolucionaria. No se trata de una caricatura, sino de un hombre despojado de su poder, de su fuerza masculina, lo que le obliga a redescubrir su identidad a través de la guerra y la lucha por el honor. La dirección de Sáenz de Heredia es impecable. Crea una atmósfera de tensión constante, utilizando la luz y la sombra, los paisajes castellanos y la música para sumergir al espectador en la época y en el corazón del personaje. El ritmo de la película, a pesar de su duración, es envolvente, llevando al espectador por un camino de venganza y redención. La filmación, con sus planos abiertos y la atención al detalle en la recreación de la época, es una delicia visual. Las actuaciones son excepcionales. Manolo Santín, en el papel de Rodrigo, ofrece una interpretación que se aleja del estereotipo del héroe tradicional. Su Rodrigo es atormentado, vulnerable y, a la vez, capaz de una inmensa fuerza de voluntad. La interpretación de Margot Grañén como Jimena es delicada y conmovedora. Su complicidad con Rodrigo es palpable, y su dolor por la separación, aunque breve, resuena con fuerza. Un papel secundario destacable es el de Alfredo Luján, quien encarna la figura del Conde de Oviedo con una frialdad que lo convierte en un antagonista sutil pero eficaz. El guion, adaptado de la obra homónima de Bernard Benazzo, es sólido y bien construido. No se limita a narrar los hechos de la leyenda, sino que se adentra en la psicología del personaje, explorando sus motivaciones y sus conflictos internos. La película no rehúye de la violencia, pero tampoco la convierte en el elemento central de la historia. El foco está en las emociones, en las decisiones del protagonista y en las consecuencias de sus actos. Es una película que invita a la reflexión sobre el honor, la justicia, la venganza y el significado de ser hombre.
Nota: 8.5/10