“El clan de los Doberman” es una película que, aunque carece de la espectacularidad prometida por su premisa, logra entretejer una historia con un cierto magnetismo, principalmente gracias a la ambigüedad moral que se dibuja en sus personajes. La película, dirigida por Mike Faris, no intenta revolucionar el género de crimen, pero tampoco busca ser una obra maestra. Se sitúa en un territorio gris, donde la violencia es un recurso frecuente, pero no el único motor de la trama. La idea inicial de un delincuente, Walter (interpretado con una naturalidad inquietante por el siempre interesante Ethan Hawke), que necesita la ayuda de un ex-militar especializado en adiestramiento canino, para desarrollar un plan de robos a bancos utilizando perros Doberman, es, en principio, algo artificiosa. Sin embargo, la película consigue que esa premisa inicial funcione, gracias a la construcción lenta y paciente de las relaciones entre los personajes y a la exploración de sus motivaciones.
La dirección de Faris es discreta, sin caer en excesivos artificios visuales. El ritmo, deliberadamente pausado, permite una inmersión gradual en el mundo de Walter y su mentor, el taciturno y enigmático Sergeant Kendall (Mark Wahlberg, en una actuación particularmente sutil). La película se beneficia de un uso efectivo de la paleta de colores, predominando los tonos grises y ocres que reflejan la atmósfera opresiva de la historia y el aislamiento de sus protagonistas. La ambientación en el interior de la casa rural donde se entrena a los perros y donde se desarrolla la mayoría de la acción, es crucial para generar una sensación claustrofóbica y de tensión constante. No obstante, la acción, cuando se produce, es relativamente contenida, y la película se centra más en el desarrollo psicológico de los personajes que en secuencias de acción grandilocuentes.
Las actuaciones son, en su gran mayoría, sólidas. Ethan Hawke ofrece una interpretación convincente como Walter, transmitiendo con maestría la vulnerabilidad y la desesperación de un hombre que ha llegado al borde del abismo. Mark Wahlberg, por su parte, se aleja de su imagen de estrella de acción para interpretar a un personaje con una carga emocional palpable, que oscila entre la protección y la frialdad. La química entre los dos actores es uno de los puntos fuertes de la película, creando un dinámico juego de fuerzas y un vínculo complejo que se va desarrollando a lo largo de la trama. La interpretación de los perros, sin embargo, es en gran medida CGI, lo que, aunque técnicamente logrado, puede resultar un poco artificioso en ciertas ocasiones. La película explora con cierta profundidad el tema de la redención, no necesariamente en términos heroicos, sino a través de la posibilidad de una segunda oportunidad para personajes que han cometido errores graves.
El guion, aunque no destaca por su originalidad, es funcional y mantiene la tensión a lo largo de su duración. A pesar de algunos clichés del género, la película evita caer en la simplificación de los personajes y ofrece una reflexión sobre la naturaleza del mal y la posibilidad de la transformación. El final, aunque no totalmente sorprendente, es satisfactorio y proporciona una conclusión lógica a la historia. En general, “El clan de los Doberman” es una película recomendable para aquellos que disfrutan de thrillers psicológicos con un toque oscuro y una atmósfera particular. No es una obra maestra, pero cumple con su cometido y ofrece un entretenimiento sólido y bien construido.
Nota: 7/10