“El Club” no es una película que te deja indiferente. Es un torrente de emociones, una reflexión incómoda sobre la culpa, la redención y la fragilidad de la condición humana. La dirección de Dennis Lehane, conocido por su maestría en el thriller psicológico, se siente implacable, creando una atmósfera densa y claustrofóbica que se impregna de desesperación y melancolía. Lehane, a menudo conocido por su enfoque en el crimen, aquí se adentra en la psique de hombres quebrados, transformando el género policial en un estudio profundo de la moralidad corroída.
La película se construye con una meticulosa paciencia, permitiendo que el espectador se familiarice con la dinámica entre los cuatro sacerdotes: el hermano Thomas, el hermano Luke, el hermano Roger y el hermano Joseph. Cada uno, con su propia historia de pecado y tormento, se encuentra aislado en la apacible pero lúgubre Casa de la Caridad. La actuación de Ben Mendelsohn como el hermano Luke es, sin duda, la joya de la corona. Su interpretación es sutil, compleja y aterradoramente humana. Mendelsohn transmite un dolor profundo y un miedo constante, capturando la fragilidad de un hombre intentando aferrarse a la fe mientras se hunde en la autodestrucción. Las actuaciones del resto del reparto son igualmente sólidas, especialmente la del actor que interpreta al hermano Roger, cuya desesperación silenciosa es palpablemente devastadora.
El guion, adaptado de la novela homónima de Dennis Lehane, es brillante en su sencillez y profundidad. No se basa en explicaciones grandilocuentes ni en melodramas baratos. La narrativa se alimenta de las conversaciones entre los sacerdotes, de sus recuerdos fragmentados y de sus intentos de exorcizar sus demonios internos. La tensión no surge de persecuciones ni de confrontaciones violentas, sino de la lenta erosión de la confianza, la incertidumbre sobre quién es realmente culpable y la constante amenaza de que sus pecados regresen para atormentarlos. Lehane evita juicios morales simplistas, presentando a estos personajes como seres humanos imperfectos, víctimas de sus propios errores y de un sistema que, en muchos casos, los había condenado desde el principio. El giro final, si bien sorprendente, se integra perfectamente en la estructura narrativa, y le da un nuevo significado a lo que habíamos visto hasta entonces.
Es cierto que la película puede resultar desconcertante. La narrativa no siempre es lineal, y algunos elementos podrían resultar confusos para el espectador desprevenido. Sin embargo, esa es precisamente su fortaleza. La película invita a la reflexión, a cuestionar la naturaleza del bien y del mal, y a considerar la posibilidad de que la redención sea un ideal inalcanzable. “El Club” no ofrece respuestas fáciles; simplemente presenta una mirada honesta y perturbadora a las profundidades de la alma humana.
Nota: 8.5/10