El color de la ambición (1991)

“El color de la ambición” es un drama legal sombrío y, en última instancia, decepcionante. La película, dirigida con una estética visual que recuerda a películas como "The Lincoln Lawyer" pero sin la misma elegancia, explora la fractura de una amistad debido a la divergencia de sus ambiciones. A primera vista, la premisa - dos amigos con visiones del mundo radicalmente diferentes - promete un conflicto interno intenso y un análisis profundo de la ética y la moralidad. Sin embargo, la ejecución final no alcanza el potencial que se le sugiere, quedando atrapada en un melodrama convencional y a menudo predecible.

La dirección de David Miller es competente, y consigue crear una atmósfera densa y claustrofóbica, reflejando la creciente tensión entre Tim y Peter. El uso de la luz y la sombra, especialmente en las escenas que representan la lucha interna de los personajes, es efectivo. Sin embargo, la película carece de un estilo visual distintivo que la haría memorable. El ritmo es deliberadamente pausado, y aunque esto permite profundizar en los pensamientos de los personajes, también contribuye a un largo y a veces tedioso desarrollo. Hay momentos de tensión genuina, especialmente durante las conversaciones sobre la corrupción y la moralidad, pero la película no explora esas cuestiones con la profundidad que merecen.

Las actuaciones son generalmente sólidas. Ben Carter, como Tim, ofrece una interpretación convincente de un hombre atormentado por su conciencia. Su gradual descenso a la desesperación es creíble, y su lucha por mantener su integridad moral se siente genuina. Alex Rodriguez, en el papel de Peter, demuestra una carismática ambición, pero su personaje a veces carece de matices. La ambición de Peter se presenta más como una fuerza impulsiva que como una compleja motivación humana. La química entre los dos actores es evidente, pero no suficiente para compensar las carencias de la escritura.

El guion, sin duda, es el punto débil de la película. Si bien se plantea preguntas interesantes sobre el compromiso, la lealtad y el precio del éxito, la narrativa se centra demasiado en la confrontación entre los dos personajes, relegando a un segundo plano la exploración de las causas subyacentes de su conflicto. Los diálogos a menudo son artificiales y poco naturales, y las motivaciones de los personajes a veces son poco claras. La película también recurre a clichés del género legal, como encuentros en bares peligrosos y encuentros inesperados, sin aportar nada nuevo a estos tropos. Se podría haber profundizado en las consecuencias de sus acciones en la sociedad, en lugar de mostrar una serie de confrontaciones aisladas.

En definitiva, “El color de la ambición” es un drama legal decente, pero sin impacto duradero. Ofrece algunas ideas interesantes, pero se pierde en una ejecución plana y un guion poco inspirado. Es un ejercicio de cine que, aunque no es un fracaso total, no logra destacar entre la multitud de películas del género.

Nota: 6/10