El color del crimen (2006)

“El color del crimen” (The Color of Darkness) es una película que se queda en la memoria con la fuerza de un eco, no por su espectacularidad visual, sino por su sutil y devastador retrato de la brutalidad racial y la desconfianza que la acompaña. Dirigida con una maestría que va más allá de lo meramente narrativo, la película no ofrece un thriller convencional, sino una exploración profunda de la psique humana y las consecuencias de un crimen. La historia de Brenda Martin, interpretada magistralmente por Julianne Moore, es, en esencia, la de una madre que pierde a su hijo, pero también la de una mujer que se ve obligada a confrontar sus propios prejuicios y a navegar por un mundo donde la raza es a menudo el factor determinante.

La dirección de James Foley, lejos de caer en la simplificación, se centra en la atmósfera. La película se desarrolla en la árida y desoladora periferia de Nueva Jersey, un entorno que refleja perfectamente la desesperación y la incomunicación de los personajes. Foley maneja con soltura el suspense, no a través de giros argumentales espectaculares, sino a través de la tensión acumulativa y de la meticulosa construcción de la relación entre el comisario Council (Samuel L. Jackson) y Brenda. Jackson aporta una presencia imponente y un dejo de cinismo que es, a la vez, convincente y perturbador. La relación entre ambos, basada en la necesidad mutua y en la desconfianza palpable, es el corazón de la película. Edie Falco, como Karen Collucci, la activista que encabeza la búsqueda, ofrece una interpretación sólida, aportando una voz de razón y de protesta contra la injusticia.

Lo que realmente distingue a "El color del crimen" es su guion, escrito por James Freifelder y basado en un relato de Joe Menke. No se basa en estereotipos fáciles, sino en la exploración de la complejidad de las motivaciones de los personajes. La película no señala culpables de forma gratuita, sino que presenta una visión matizada de los hechos, donde la culpabilidad puede residir tanto en la acción individual como en las estructuras sociales que la favorecen. El tratamiento del tema racial es inteligente y evitar la sensacionalidad, optando por la representación sutil y realista de los prejuicios y las tensiones latentes en ambos barrios. La película obliga al espectador a cuestionar sus propias preconcepciones y a confrontar la realidad de la discriminación.

Sin embargo, la película no está exenta de algunos fallos. A veces, el ritmo se vuelve algo pausado, lo que podría resultar tedioso para algunos espectadores. Además, la resolución final, aunque lógica, podría considerarse algo abrupta. Pero estos pequeños defectos palidecen ante la fuerza de la dirección, las actuaciones y la reflexión profunda que ofrece la película sobre la condición humana y las consecuencias de la intolerancia. “El color del crimen” no es un espectáculo para entretener, sino una obra que invita a la reflexión y que deja una huella imborrable.

Nota: 8/10