El conde Yorga, vampiro (1970)

“El Conde Yorga, Vampiro” (1970) de Claude Chabrol no es un thriller de vampiros convencional, ni una película que se incline a buscar la espectacularidad gore que tantas veces se asocia al género. En cambio, ofrece una atmósfera de inquietud y claustrofobia que, con el tiempo, se revela como mucho más perturbadora y memorable. Chabrol, maestro en el estudio de la psicología humana, nos presenta una historia sobre la obsesión, la pérdida y la naturaleza destructiva de los deseos insaciables, todo envuelto en una estética de pesadilla gótica que se mantiene fiel al espíritu de la literatura de horror victoriana.

La película se centra en una sesión de espiritismo, aparentemente inocua, que se transforma en un evento de consecuencias nefastas. La figura del Conde Yorga, interpretado con una intensidad silenciosa y escalofriante por Pierre Clement, no es un vampiro seductor, sino un ser atormentado por la pérdida de su amada y consumido por una necesidad visceral e incontrolable: la sangre. Clement logra transmitir la angustia y el desprecio que llevan consigo sus acciones, evitando caer en la caricatura del monstruo. La clave de la película reside en la representación de la manipulación y el control ejercidos por Yorga sobre los demás miembros de la sesión, un grupo de familias aparentemente apegadas a las convenciones sociales pero, en realidad, fácilmente susceptibles a sus influencias.

La dirección de Chabrol es precisa y sutil, sin recurrir a efectos especiales llamativos. Se enfoca en la construcción de la tensión a través del uso inteligente de la iluminación, la música (una banda sonora inquietante y minimalista) y la composición de los planos. La filmación, en blanco y negro, acentúa el dramatismo y aporta un aire de antigüedad a la historia, reforzando la sensación de que estamos asistiendo a una tragedia inevitable. Las tomas largas, a menudo centradas en los rostros de los personajes, permiten al espectador observar la transformación gradual de sus estados mentales y emocionales, observando cómo la inocencia inicial se ve erosionada por el miedo y la paranoia. La ausencia de diálogo en algunos momentos intensifica el impacto emocional, dejando que las acciones y las expresiones faciales hablen por sí mismas.

Si bien el guion, escrito por Chabrol y Bernard Geller, es sólido y bien estructurado, no destaca por su originalidad narrativa. La trama, centrada en la manipulación y la repetición de las mismas secuencias, es deliberadamente repetitiva, lo que contribuye a la atmósfera de desesperación. Sin embargo, la fuerza de la película reside en su capacidad para evocar un sentimiento de incomodidad existencial, un temor profundo a la fragilidad de la cordura y la corrupción inherente al deseo. La película se convierte en una reflexión sobre el poder de la memoria, el luto y la imposibilidad de escapar del pasado, incluso cuando este se manifiesta en formas monstruosas. El final, aunque abrupto, resulta impactante y deja una sensación de opresión que persiste mucho después de haber abandonado el cine.

En definitiva, "El Conde Yorga, Vampiro" no es una película para todos los públicos, pero para aquellos que aprecien el cine de terror psicológico, la dirección magistral de Chabrol y la actuación cautivadora de Pierre Clement, es una obra maestra que merece ser vista y revisada. Nota: 8.5/10