“El corredor del laberinto” es, en su esencia, una película que explora la fragilidad de la identidad y la necesidad de comunidad ante la adversidad. Dirigida con una cuidadosa planificación visual, la película consigue establecer un tono de inquietud constante desde el primer momento, gracias a la paleta de colores saturados y a la banda sonora evocadora que subraya la sensación de irrealidad que experimentan los protagonistas. La dirección de arte es notable, creando un mundo post-apocalíptico que, aunque estilizado, carece de la exuberancia visual a veces excesiva de otros títulos del género, lo que le confiere una apariencia más inquietante y menos gratuita.
La premisa, la de un grupo de jóvenes que despiertan sin memoria en un laberinto, es arquetípica pero se ejecuta con una inteligencia que va más allá del cliché. El guion, escrito por Aron Dupré y Michael Pizzolito, se centra en la reconstrucción de la identidad, no tanto en la explicación del origen del laberinto. La película prioriza la experiencia emocional de los personajes, explorando la desconfianza inicial, la formación de lazos y el desarrollo de estrategias de supervivencia. El ritmo es deliberadamente pausado, dando tiempo a que el espectador se identifique con las dudas y los miedos de los jóvenes, y permitiendo que se sientan parte de su lucha. Sin embargo, a veces, esta lentitud puede sentirse un poco excesiva, ralentizando la acción y diluyendo el impacto emocional de ciertos momentos.
Las actuaciones son sobresalientes. Lior Hasson, como Thomas, aporta una vulnerabilidad conmovedora a su personaje. Su rostro refleja la confusión y la desesperación de un hombre que lucha por aferrarse a lo que cree que es su pasado, aunque se trate de un recuerdo fragmentado. El resto del reparto, compuesto por Ferdia Walsh-Peelo, George MacKay, Jenna Ortega y Kelvin Harrison Jr., ofrece interpretaciones sólidas, cada uno aportando matices y complejidades a sus respectivos personajes. Se consigue un equilibrio convincente entre la tensión dramática y el desarrollo de las relaciones entre los jóvenes, lo que añade profundidad a la narrativa.
La película se enfrenta, a pesar de su premisa original, a la amenaza de caer en la fórmula del thriller juvenil. Afortunadamente, se resiste a simplismos y excesos de acción, optando por un enfoque más psicológico y reflexivo. La tensión no se basa en persecuciones frenéticas, sino en la constante amenaza de que el laberinto se vuelva contra ellos y en la creciente sospecha entre los personajes. La película, en definitiva, invita a la reflexión sobre la importancia de la memoria, la amistad y la búsqueda de sentido en un mundo donde la identidad es un concepto efímero.
Nota: 7/10