“El crack cero” es una película que se atreve a desenterrar el legado de una época turbulenta en la España de 1975, y lo hace con una intensidad que cautiva y, a la vez, incomoda. Dirigida con maestría por Juan Diego Solanas, la película no se limita a narrar un relato criminal, sino que explora, con una fina pincelada, la fragilidad de la memoria, el peso de los secretos y la persistente cicatriz del pasado en un país aún en proceso de transición. Solanas, conocido por su estilo vanguardista y su compromiso con la denuncia social, ofrece aquí una obra que se sitúa a caballo entre el thriller y el drama psicológico, generando una atmósfera densa y perturbadora.
El guion, adaptado de la novela homónima de Paco Rodó, es la verdadera columna vertebral de la película. No busca soluciones fáciles ni conclusiones definitivas, sino que se centra en la ambigüedad y la incertidumbre. El misterio central – la muerte del sastre – se presenta como un detonante para revelar las heridas ocultas de sus personajes. La estructura narrativa, fragmentada y no lineal, refleja la desorientación y la confusión de la época, permitiendo que la audiencia se sumerja en la mente de los protagonistas. Es un guion inteligente que se beneficia de la brevedad, condensando la información y permitiendo que el espectador, en lugar de ser alimentado con datos, se sienta parte del proceso de indagación.
Las actuaciones son, en general, sobresalientes. Pablo Molinero, como Germán Areta, ofrece una interpretación particularmente convincente. Su Areta es un hombre desilusionado, marcado por su pasado policial y atormentado por sus propios demonios. No es un héroe, ni un detective de acción, sino un individuo vulnerable y complejo. La actuación de Ana Torrent como la viuda, Lucrecia, es sutil y contenida, transmitiendo un dolor silencioso y una obsesión que se desenvuelve con lentitud, logrando una poderosa conexión emocional con la audiencia. También merece especial mención el papel de Ernesto Mesa, quien da vida a un personaje secundario que, paradójicamente, resulta fundamental para el desarrollo de la trama. Se percibe un cuidado en la selección de los actores, buscando aquellos que puedan transmitir la atmósfera lúgubre y la desconfianza que impregnan la película.
La dirección de Solanas, como es habitual en su filmografía, es impecable. La película se caracteriza por su estética cuidada, con una fotografía en blanco y negro que evoca la atmósfera opresiva de la España de finales de los 70. La paleta de colores es limitada, con un predominio del gris, el negro y el blanco, lo que contribuye a la sensación de aislamiento y desolación. La banda sonora, minimalista y evocadora, refuerza la atmósfera de suspense y ambigüedad. Solanas no rehúye de las técnicas narrativas vanguardistas, empleando planos cortos y fragmentados, movimientos de cámara inusuales y el uso del silencio como recurso expresivo. Estos elementos, combinados, crean una experiencia cinematográfica única, que invita a la reflexión y a la interpretación.
En definitiva, “El crack cero” es una película que se queda en la memoria. No es un entretenimiento ligero, sino una experiencia cinematográfica compleja y estimulante, que desafía al espectador y le obliga a cuestionar la verdad y la memoria. Es una obra que, a pesar de su atmósfera sombría y su ritmo pausado, compensa con creces la espera con su profundidad, su ambigüedad y su capacidad para conectar con las emociones humanas.
Nota: 8/10
