“El cuerpo de mi enemigo” de Jacques Audiard es una película que se aferra a la melancolía y a la complejidad de la red de relaciones humanas en un entorno claustrofóbico y opresivo. No es un thriller al uso, ni un drama social grandilocuente, sino una contemplación sobre la culpa, el perdón y la dificultad de escapar del pasado, incluso cuando este se nos aferra con uñas y dientes. La película, ambientada en una ciudad industrial francesa sombría y desolada, presenta a François, interpretado magistralmente por Xavier Baran, un hombre que regresa después de siete años de prisión, un periodo que le ha convertido en un extraño para todos. Su misión, y su carga, es desentrañar la verdad detrás de un crimen que no cometió y buscar venganza contra quienes lo involucraron. Esta búsqueda, lejos de ser un motor narrativo impulsivo, se convierte en una exploración profunda del dolor y la soledad.
Audiard, en su dirección, logra crear una atmósfera de constante tensión, no basada en persecuciones frenéticas, sino en la mirada encorvada de François, en el silencio de las calles empedradas y en la hostilidad palpable de los habitantes. La fotografía, con tonos grises y azules que reflejan la tristeza y la decadencia, contribuye enormemente a esta sensación. La banda sonora, también minimalista, se convierte en un personaje más, subrayando las emociones y los momentos de debilidad de François. Baran ofrece una actuación soberbia, transmitiendo con una sutileza inquietante la desesperación y la rabia contenida de su personaje. No es un hombre que busca la justicia por la justicia, sino alguien que busca, de alguna manera, la posibilidad de redención, de poder comprender por qué su vida se convirtió en un infierno.
El guion, adaptado de la novela de Didier Sparret, es especialmente rico en matices. No se simplifica en un enfrentamiento directo. Se centra en la intrincada red de relaciones personales de François, revelando secretos y mentiras que se transmiten de generación en generación. La relación con la hija del empresario local, Isabelle (Diane Kruger), es el corazón de la película, un torbellino de deseo, rechazo y, finalmente, una conexión inesperada que ofrece a François una vía de escape, aunque efímera. Kruger, con su habitual elegancia, aporta una fuerza interior y una vulnerabilidad que complementan a la perfección la actuación de Baran. El guion, por lo tanto, no se limita a la venganza, sino que explora las consecuencias psicológicas de la traición y la dificultad de reconstruir una vida después de haber sido castigado por la sociedad.
A pesar de su ritmo pausado, “El cuerpo de mi enemigo” es una película absorbente, que exige la atención del espectador. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas. Se queda con la sensación de que, a veces, la búsqueda de la verdad es más dolorosa que su descubrimiento. La película es, en esencia, un estudio sobre la complejidad del ser humano y la persistencia del pasado. Es un drama que, más que entretener, invita a la reflexión. No es una película fácil de ver, pero sí una experiencia cinematográfica memorable.
Nota: 8/10