El diablo metió la mano (1999)

“El diablo metió la mano” es una experiencia cinematográfica perturbadora, inquietante y, en última instancia, sorprendentemente efectiva. Dirigida por Ti West, la película no se limita a ofrecer una simple historia de terror, sino que se sumerge en una atmósfera de angustia, paranoia y una profunda sensación de malestar que se instala en el espectador desde sus primeros minutos. La película se centra en Anton (Charlie McDowell), un joven relativamente apático que se ve catapultado al centro de una serie de asesinatos brutales que asolan su tranquilo vecindario.

West construye una tensión magistral, no a través de sustos baratos o gore excesivo, sino a través de la lenta y constante revelación de información. La película se construye con una meticulosidad casi metódica, explorando los recuerdos fragmentados de Anton, las extrañas coincidencias y la creciente sospecha de que él mismo podría estar conectado a estos horrores. La dirección de West es precisa y claustrofóbica, utilizando la luz y la sombra para crear una sensación de incertidumbre y peligro latente. La fotografía de Kolter Stuart es fundamental para esta atmósfera, empleando una paleta de colores apagados y una iluminación natural que acentúa la sensación de decadencia y desesperación. El uso del blanco y negro en los flashbacks es particularmente impactante, reforzando la idea de una realidad distorsionada y un pasado amenazante.

Las actuaciones son sobresalientes. Charlie McDowell ofrece una interpretación sutil pero profundamente inquietante como Anton, un protagonista que evoluciona de la indiferencia a la desesperación con una naturalidad que resulta increíblemente convincente. La interpretación de Swain, interpretada por Bill Heckington, añade una capa extra de complejidad al personaje, creando un aura de ambigüedad que hace que sea difícil saber si es víctima o cómplice. Si bien el reparto es compacto, cada actor aporta una dimensión única a la narrativa. Destaca la presencia de Piper (|) as Sylvia Chan como la misteriosa y enigmática mujer que parece saber más de lo que dice, dejando la puerta abierta a múltiples interpretaciones.

El guion de West y Zenaida Ramos es lo que realmente eleva a “El diablo metió la mano” por encima de una simple película de terror. La trama es intrincada y se desarrolla a un ritmo constante, manteniendo al espectador al borde de su asiento. La película explora temas complejos como la culpa, el trauma, la identidad y la fragilidad de la mente humana. No se adscribe a fórmulas preestablecidas; se atreve a cuestionar la percepción de la realidad y a presentar una visión perturbadora de la naturaleza humana. La construcción del suspense se basa en la sugerencia y el doble sentido, dejando al espectador con preguntas incómodas mucho después de que las luces se enciendan. Es un guion que, en su núcleo, trata sobre la lucha interna de Anton contra fuerzas que no comprende y que parecen estar dentro de él mismo.

Nota: 8/10