El dragón del lago de fuego (1981)

“El dragón del lago de fuego” (The Hobbit: The Desolation of Smaug) es, en definitiva, una experiencia cinematográfica rica en imágenes deslumbrantes, pero que, sin embargo, palidece un poco en cuanto a profundidad narrativa. Peter Jackson ha regresado a la Tierra Media, tres películas después, para continuar la aventura de Bilbo Bolsón, y si bien la película cumple su cometido de ofrecer un espectáculo visual impresionante, le falta la chispa de la original, y a veces incluso la coherencia del primer filme.

Jackson ha construido un mundo que, en palabras de Gandalf, es “majestuoso”. Los paisajes de Nueva Zelanda son de una belleza espectaculares, desde las montañas nevadas hasta las profundidades del lago de fuego. La creación del interior de la Montaña Solitaria es una maravilla de la producción, un diseño de producción y efectos visuales que te dejan sin aliento. Sin embargo, a veces esta atención al detalle y este nivel de sofisticación visual distraen del corazón de la historia. La película se concentra tanto en los efectos especiales que en en el desarrollo de los personajes y la trama.

Martin Freeman, como siempre, ofrece una actuación sólida como Bilbo. Su transformación del hobbit tímido a un héroe valiente es palpable y convincente. El resto del elenco, incluyendo a Ian Holm como Gollum (una voz icónica que, aunque limitada, sigue siendo efectiva) y Evangeline Lilly como el fauno Tauriel, cumplen su función. La dirección de arte y la caracterización de los personajes son excelentes, pero a veces la actuación se siente un poco superficial, enfocada más en la acción que en la emoción interna.

El guion, adaptado de “El Hobbit” de Tolkien, es donde la película se complica. Aunque las escenas de acción son intensas y bien coreografiadas, la narrativa a menudo se siente apresurada y poco desarrollada. El desarrollo de los personajes secundarios, como los elfos, se siente reducido, y algunas subtramas, como la de los rebeldes Silvanos, terminan quedando desaprovechadas. La película hace un gran esfuerzo por abordar temas como la ambición, la codicia y la importancia de la humildad, pero estos temas no se exploran con la profundidad que merecen. El ritmo es frenético, y las pausas para la reflexión son escasas, lo que hace que la película pierda parte de su fuerza dramática.

A pesar de sus defectos, “El dragón del lago de fuego” ofrece un entretenimiento visual considerable y una aventura épica. La banda sonora de Howard Shore, con sus melodías grandiosas, eleva la experiencia. Pero, en última instancia, la película se siente como un trampolín para el desenlace, un esfuerzo de escala similar al primero, pero que, por desgracia, no alcanza la misma resonancia emocional. No es un gran clásico de Jackson, pero sí una aventura entretenida para los fans de Tolkien y de la franquicia.

Nota: 7/10