El espinazo del diablo (2001)

“El Espinazo del Diablo” no es una película fácil de digerir. Te atraviesa como una aguja, dejando una sensación persistente de inquietud y una atmósfera densa que se aferra a la piel. Dirigida con maestría por Guillermo del Toro, esta película española no es un espectáculo grandilocuente, sino una lenta y meticulosa construcción de terror psicológico, arraigada en el contexto histórico y social de la España postguerra. La película no busca el miedo visceral inmediato, sino un temor más profundo, producto de la desesperación, la pérdida y la fragilidad de la condición humana.

Del Toro vuelve a demostrar su habilidad para evocar épocas y lugares con una precisión asombrosa. La reconstrucción de la España de 1939 es impecable, tanto en los aspectos visuales – con un uso magistral del blanco y negro que refuerza la sensación de luto y desolación – como en la recreación de las costumbres y la idiosincrasia de la época. No se trata de una simple copia de la realidad histórica; Del Toro la utiliza como telón de fondo para explorar temas universales como la fe, el miedo, la culpa y la redención. La película evoca la España de posguerra con una sensibilidad particular, mostrando el impacto de la guerra en la vida de las personas, la pérdida de la inocencia y la dificultad de reconstruir la sociedad.

El guion, adaptado de la novela de Manuel Martín Gaínza, se centra en Carlos, un joven huérfano que llega al orfanato de Santa Lucía. La trama, aparentemente sencilla al principio, se complica gradualmente a medida que Carlos descubre la presencia siniestra que acecha en el lugar. La escritura es inteligente y deliberada, evitando clichés y mostrando un ritmo pausado que permite al espectador absorber la atmósfera y conectar con los personajes. No hay grandes giros argumentales, sino una acumulación de detalles y presagios que van creando una tensión palpable. Lo importante del guion reside en sus personajes: no son héroes ni villanos, sino individuos complejos, marcados por sus errores y sus traumas.

Las actuaciones son sobresalientes. Alex Angulo, como Carlos, ofrece una interpretación conmovedora y sutil, capturando la inocencia y el miedo del niño. Los actores secundarios, especialmente Penélope Cruz y Bárbara Lennie, aportan matices y profundidad a sus personajes, creando una dinámica convincente. Lennie, en particular, brilla con una actuación perturbadora y escalofriante como la joven Juana, un personaje ambiguo y fascinante. Se ve en cada mirada, en cada gesto, la carga emocional que reside en los personajes y en el propio orfanato.

“El Espinazo del Diablo” es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar. Su inquietante atmósfera, su guion inteligente y sus actuaciones memorables la convierten en una obra maestra del terror psicológico. Es una película que te obliga a reflexionar sobre la naturaleza del mal, la responsabilidad individual y la fragilidad de la moralidad. Una experiencia cinematográfica intensa y perturbadora, que recomiendo a aquellos que buscan algo más que un simple entretenimiento.

Nota: 8.5/10