El Exorcismo de Carmen Farías (2021)

“El Exorcismo de Carmen Farías” no es un simple terror psicológico; es una suerte de pesadilla existencial que se aferra a la memoria y la culpa. La película de Paz Vega, más allá de sus elementos sobrenaturales, se alza como una meditación sobre el legado familiar y la fragilidad del vínculo madre-hija, envuelta en una atmósfera opresiva y perturbadora. Vega, como directora y protagonista, demuestra una habilidad sorprendente para construir una tensión constante, no basada en sustos fáciles, sino en la progresiva desintegración de la protagonista y la inquietante presencia de lo incomprensible.

El guion, adaptado de la novela homónima de Dolores Redondo, es inteligente y deliberadamente lento. No se apresura a revelar sus secretos, sino que los va tejiendo con cuidado, permitiendo que la audiencia se sumerja gradualmente en la historia de Carmen. La película evita las trampas habituales del género, enfocándose en el desarrollo de los personajes y la exploración de sus miedos. El ritmo pausado podría resultar frustrante para algunos, pero para mí fue fundamental para la efectividad del horror. La película se centra en la relatividad de la realidad, cuestionando lo que percibimos como “normal” cuando las verdades más oscuras están enterradas bajo el polvo del recuerdo.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Paz Vega ofrece una interpretación magistral, transmitiendo la vulnerabilidad, la obsesión y el miedo palpable de Carmen. Su evolución, desde una periodista curiosa hasta una mujer al borde de la locura, es contundente y convincente. Los actores secundarios, especialmente María Castillo como la abuela, también brilla con luz propia, creando personajes complejos y entrañables. La química entre Vega y Castillo es especialmente notable, añadiendo una capa de dramatismo y tensión emocional a la narrativa. La representación de la atmósfera doméstica, con su ambiente polvoriento y la música inquietante, contribuye a generar un sentido de incomodidad constante. El film no necesita un despliegue excesivo de sangre o efectos especiales; la atmósfera opresiva y la fuerza de las actuaciones son suficientes para crear un impacto duradero.

La dirección de Vega es soberbia. Hace uso de la luz y la sombra para enfatizar la oscuridad que se cierne sobre la casa y sobre la familia Farías. Las secuencias de flashback son especialmente efectivas, utilizando un blanco deslavado y un estilo visual que recuerda a los clásicos del horror. Se evita la narración lineal, jugando con la percepción del tiempo y la memoria. La película se adentra en lo metafísico, planteando preguntas sobre la naturaleza de la realidad y la influencia del pasado. “El Exorcismo de Carmen Farías” no busca dar respuestas fáciles; más bien, invita a la reflexión y a la contemplación. Es un homenaje al terror que reside en lo cotidiano, en los secretos no dichos y en las heridas emocionales que tardan en cicatrizar. Una película que permanece con una sensación punzante mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 8/10