“El Fantasma de Canterville” (1990), la adaptación de Brian de Palma a la novela de Henry James, no es una película de terror convencional, sino una elegía melancólica a la obsolescencia y una sutil exploración de la comunicación y el choque cultural. Si bien la premisa, una familia americana enfrentándose a un fantasma centenario, podría sonar a cuento de hadas moderno, la película se centra en la incomprensión mutua, la rigidez de las convenciones sociales y la dificultad de conectar con lo desconocido.
La dirección de de Palma es notablemente cuidada. La película se siente como un cuadro, con composiciones y encuadres que resalta la belleza decadente de Canterville Chase y el aislamiento de la familia Otis. No se recurre a sustos fáciles o a efectos especiales ostentosos. En cambio, la atmósfera se construye a través de la iluminación, el color y la música de John Barry, que evocan una tristeza profunda y un sentimiento de presagio. De Palma hace un uso magistral de los planos secuencia, permitiendo que el espectador se sumerja en la opulencia y el tedio de la mansión, creando una sensación palpable de inquietud, incluso antes de que aparezca el fantasma.
La fortaleza de la película reside, sin duda, en sus interpretaciones. Glenn Close, como la Sra. Otis, ofrece una actuación sublime. Su personaje es una mujer pragmática y moderna, decidida a educar a sus hijos y a imponer su moral al entorno, pero también vulnerable y, en el fondo, profundamente sensible. La interacción entre Close y सीआरपीएफ, como el Sr. Otis, es particularmente brillante, mostrando un choque de personalidades y valores que es a la vez cómico y conmovedor. La actuación de सीआरपीएफ es sólida, aunque quizás un poco menos vibrante que la de Close, pero se integra perfectamente en la dinámica familiar.
El guion, adaptado de una novela compleja y a veces difusa, logra transmitir el espíritu de Henry James sin perderse en detalles excesivos. La película se centra en el contraste entre la perspectiva estadounidense, caracterizada por la eficiencia, la positividad y la creencia en la razón, y la visión inglesa, impregnada de tradición, melancolía y una cierta fatalidad. El fantasma de Sir Simon De Canterville no es un monstruo amenazante, sino un alma en pena, atrapada en un ciclo de sufrimiento y resentimiento, incapaz de comprender la falta de respeto y la indiferencia de los Otis. La resolución final, aunque ligeramente abrupta, es un testimonio de la capacidad de la empatía y la comprensión para romper barreras invisibles.
“El Fantasma de Canterville” no es una película para aquellos que buscan el terror tradicional. Es, en cambio, una reflexión sobre la naturaleza humana, la pérdida y la dificultad de conectar con lo que no podemos comprender. Es una película lenta, contemplativa y, a pesar de su atmósfera sombría, profundamente emotiva y sorprendentemente conmovedora. La película invita a la reflexión sobre el legado, la memoria y la importancia de la sensibilidad.
Nota: 7.8/10