“El Fantasma de la Ópera” (1925), la obra maestra de Lon Chaney, no es simplemente una película; es una experiencia visceral, una inmersión profunda en el corazón de la melancolía y el terror. Más de un siglo después de su estreno, sigue siendo un referente indiscutible del género de terror gótico, y su impacto en el cine y la cultura popular es innegable. Esta versión de la historia original de Gaston Leroux no se conforma con una simple adaptación; la retuerce, la amplía y la convierte en un relato de amor, desesperación y obsesión que evoca una atmósfera opresiva y perpetuamente amenazante.
La dirección de Rupert Julian es, quizás, su debilidad más evidente. Aunque se esfuerza por crear una sensación de claustrofobia y misterio, la película carece de la maestría visual y la tensión narrativa que podríamos haber esperado en la época. El uso de la iluminación, aunque es fundamental para el efecto de sombras y la atmósfera gótica, a veces resulta excesivo, llegando a ser casi teatral en exceso. Sin embargo, Julian logra capturar la belleza decadente de París y el esplendor del teatro de la Ópera, estableciendo un telón de fondo innegablemente convincente para la historia. Es una dirección pragmática, enfocada en transmitir la narrativa, pero carente de la audacia artística que se podría haber buscado.
El punto fuerte de la película reside, sin duda, en la interpretación de Lon Chaney. Su transformación física es asombrosa, pero más allá del maquillaje, Chaney entrega una actuación intensa y conmovedora. El Fantasma no es un villano caricaturesco; es un hombre herido, roto por el rechazo y la soledad, que encuentra en Christine una posibilidad de redención, aunque sea a través de la dominación. Su rostro, marcado por la tristeza y la locura, se convierte en el símbolo visual de su tormento interior. Es una actuación que trascendió su época y sigue siendo impactante por su vulnerabilidad y desesperación.
El guion, adaptado de la novela de Leroux, no es perfecto. Algunos diálogos son un poco torpes y la trama a veces se siente precipitada. No obstante, el núcleo de la historia – la obsesión de un ser marginado por el amor y el poder – está bien ejecutado. La inclusión de elementos sobrenaturales, como la caja de música maldita, sirve para elevar la tensión y reforzar la idea de que el Fantasma es más que un simple hombre perturbado; es una fuerza sobrenatural que ejerce un control macabro sobre los acontecimientos. La ambigüedad moral, que cuestiona si el Fantasma es un monstruo o un héroe trágico, es uno de los aspectos más interesantes y duraderos de la película.
En definitiva, “El Fantasma de la Ópera” es una película esencial para cualquier aficionado al cine de terror. Aunque sus limitaciones técnicas sean evidentes, su atmósfera, la interpretación inolvidable de Lon Chaney y la historia apasionante la convierten en un clásico atemporal. Una película que, a pesar de su edad, sigue logrando conmover y asustar.
Nota: 8/10