“El fin del romance” (1979) de Marcel Schlapp, es una película que persiste en la memoria no por su frenética acción o su impacto visual, sino por la visceralidad de su retrato del deseo y el anhelo. La historia, con su origen en un encuentro fortuito durante una fiesta, se adentra en un terreno oscuro y complejo donde el amor se convierte en una fuerza destructiva, una obsesión que desgarra la moral y la estabilidad de sus personajes. La película no busca glorificar el romance, sino diseccionarlo hasta sus entrañas más inquietantes, mostrando la fragilidad de las relaciones humanas ante la adversidad.
La dirección de Schlapp es sutil pero efectiva. Evita el melodrama barata, optando por un enfoque realista y desprovisto de artificios. Las escenas, a menudo largas y contemplativas, se centran en los rostros de sus protagonistas, permitiendo al espectador adentrarse en sus pensamientos y emociones. El uso de la luz y la sombra juega un papel importante, reforzando la atmósfera opresiva y la sensación de inminente peligro. El director, con un dominio notable, construye un ambiente de tensión latente, que se intensifica a medida que la relación entre Sarah y Maurice se profundiza. La película no depende de la acción para mantener el interés del espectador, sino que se basa en el poder de la sugestión y la interpretación psicológica.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Lee Remillard, en el papel de Sarah Miles, ofrece una interpretación magistral. Su interpretación es hipnótica, transmitiendo con sutileza la desesperación, la ambición y la vulnerabilidad de su personaje. La química entre Remillard y James Garner, que interpreta a Maurice Bendrix, es palpable y creíble. Garner logra capturar la personalidad de un hombre atormentado, obsesionado y, a su vez, profundamente atractivo. Su Maurice no es un héroe tradicional; es un hombre con defectos, una figura trágica consumida por el deseo. La relación entre ambos personajes se construye con una dignidad inquietante, evitando caer en clichés románticos y explorando las consecuencias morales de sus actos.
El guion, adaptado de la novela homónima de Graham Greene, es intrincado y moralmente ambiguo. La película no juzga a sus personajes, sino que los presenta como víctimas de sus propias pasiones. La trama, a pesar de su aparente simplicidad, es llena de giros inesperados y preguntas incómodas sobre la naturaleza del deseo, la responsabilidad y el libre albedrío. La película se adentra en la oscuridad del alma humana, cuestionando las motivaciones de sus personajes y la fragilidad de las decisiones. El final, particularmente perturbador, no ofrece respuestas fáciles, sino que deja al espectador reflexionando sobre las consecuencias de sus actos.
“El fin del romance” no es una película para todos los públicos. Es una obra oscura, inquietante y a menudo desoladora. Pero, para aquellos que aprecien el cine que invita a la reflexión y que se atreve a explorar los rincones más oscuros de la condición humana, es una experiencia cinematográfica inolvidable. Es una película que se queda contigo mucho después de que terminan los créditos.
Nota: 8/10