El general Witchfinder (1968)

“El General Witchfinder” (2023) se presenta como una pieza sombría y perturbadora que no solo retrata la brutalidad de la caza de brujas en la Inglaterra puritana del siglo XVII, sino que también explora las miserias humanas que alimentaron semejante barbarie. La película, con una dirección impecable de David Crezwick, logra sumergir al espectador en un ambiente de paranoia y desconfianza, donde la realidad se difumina entre la fe ciega y la desesperación. No es un espectáculo de horror sensacionalista, sino una lenta construcción de tensión psicológica que se siente visceral y profundamente inquietante.

La película se centra en la figura de Matthew Hopkins (James Norton), un juez y comandante militar, que se aprovecha del creciente fervor religioso y las acusaciones de brujería para consolidar su poder y riqueza. Norton, en una actuación magistral, evoca la frialdad y la ambición implacable de Hopkins, sin caer en la caricatura. Su rostro, normalmente inexpresivo, transmite la calma calculada de un hombre que no siente compasión ni remordimiento por sus acciones. Es un personaje moralmente ambiguo, un oportunista despiadado que se justifica en nombre de la ley y la defensa del reino, pero cuya verdadera motivación reside en su propio ego y la sed de poder. La película se vale de un ritmo pausado para desarrollar esta complejidad, mostrando la degradación moral de Hopkins a medida que la paranoia y la sospecha se apoderan de los pueblos que visita.

La dirección de Crezwick se distingue por el uso efectivo de la iluminación y la composición de los planos. Los interiores de las casas, especialmente las habitaciones de los campesinos, están oscuros y húmedos, creando una atmósfera claustrofóbica y amenazante. La fotografía, en tonos grises y sepia, refuerza esta sensación de decadencia y desesperación. Las escenas nocturnas, en particular, son de una belleza inquietante, mostrando el terror y la vulnerabilidad de las víctimas.

El guion, adaptado de la novela homónima de Joseph Holt, es sólido y bien construido. Si bien la trama es relativamente sencilla, se beneficia de una exploración profunda de la psicología de los personajes y de las motivaciones que los impulsan. El guion no se limita a narrar la caza de brujas como un evento histórico, sino que se centra en las consecuencias humanas de la intolerancia, la superstición y la arbitrariedad. La película plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del poder, la verdad y la responsabilidad individual.

Sin embargo, la película no está exenta de fallos. Algunos diálogos resultan algo torpes y forzados, y la película podría haber beneficiado de una mayor diversificación de los personajes secundarios, quienes a veces se ven relegados a roles meramente funcionales. No obstante, estos pequeños defectos no empañan la experiencia general, que permanece como una pieza cinematográfica oscura, reflexiva y perturbadora.

Nota: 7.5/10