El gran Alberto (2004)

“El gran Alberto” (1995) es mucho más que una comedia familiar; es un pequeño espejo que refleja la nostalgia por una época en la que la televisión, y más especialmente los programas infantiles, parecían emanar una promesa de inocencia y bondad. La película de Eddie Murphy, a pesar de que a menudo se la considera una comedia ligera y olvidable, merece una reconsideración, y especialmente la figura de Fat Albert, el adorable personaje interpretado magistralmente por Leslie Thompson, cobra una resonancia inesperada en el contexto de la trama.

La premisa, aunque simple, es la puerta de entrada a una reflexión sobre la naturaleza de la fama, la infancia y el impacto de los iconos mediáticos. Eddie Murphy, como el excéntrico y desordenado productor de televisión, se encuentra inexplicablemente con la llegada de Fat Albert y sus compañeros al mundo real. Esta interrupción, que inicialmente genera confusión y, por supuesto, caos cómico, se convierte en una oportunidad para explorar temas más profundos. La dirección de Ron Howard, con su toque sutil y su habilidad para equilibrar el humor con la sensibilidad, consigue que la improbable situación se sienta creíble, incluso dentro del marco de la comedia.

Las actuaciones son sobresalientes. Además de la notable interpretación de Leslie Thompson, quien aporta una autenticidad y una vulnerabilidad conmovedoras a Fat Albert, la película cuenta con el apoyo de un reparto de reparto impecable, incluyendo a comedias como Marsai Martin, Jerrod Carmichael y T.J. Mentzel. Sin embargo, es la presencia de Doris Roberts, como la abuela excéntrica y protectora, quien aporta un contrapunto emocional y un elemento crucial para la historia. Su relación con Fat Albert, una mezcla de cariño, exasperación y orgullo, es el corazón de la película.

El guion, aunque a veces predecible y repleto de clichés cómicos propios del género, logra mantener el interés gracias a su capacidad para plantar semillas de reflexión. La película no se conforma con ofrecer risas fáciles; explora la pérdida de la inocencia infantil, la ilusión de la fama y la importancia de la comunidad. La idea de que Fat Albert, un personaje diseñado para representar la bondad y la empatía, se enfrenta a la rudeza y la complejidad del mundo real, es inherentemente poderosa. La película, en sus momentos más efectivos, logra tocar una fibra sensible en el espectador, recordándonos la necesidad de preservar valores fundamentales en un mundo cada vez más impersonal.

A pesar de sus defectos, “El gran Alberto” es una película con un corazón. Es una comedia familiar que, bajo su apariencia superficial, ofrece una valiosa lección sobre la importancia de la conexión humana y la preservación de los valores que nos definen. Es un testimonio del poder de la televisión para influir en nuestra percepción del mundo, pero también un recordatorio de que la verdadera magia reside en el contacto directo y la autenticidad.

Nota: 7/10