“El Gran Desfile” (1920), dirigida por Lewis Milestone, no es simplemente una película muda; es una experiencia cinematográfica que atraviesa el tiempo y continúa resonando con fuerza en el siglo XXI. Más allá de su innegable importancia histórica como uno de los primeros ejemplos de la propaganda cinematográfica, la película se erige como una meditación conmovedora y sorprendentemente moderna sobre la guerra, la inocencia perdida y las consecuencias devastadoras del conflicto.
La dirección de Milestone es magistral. La película no se limita a mostrar la guerra con imágenes grandiosas y efectos especiales. En cambio, se centra en los detalles íntimos y humanos de los soldados, en su vulnerabilidad y en la crudeza de la experiencia. Milestone utiliza la silueta y la luz para crear imágenes poderosas y evocadoras, jugando con la sombra y la penumbra para transmitir el miedo, la desesperación y la confusión que impregnan la vida en el frente. El uso de la cámara de gran formato, con sus composiciones detalladas y sus ángulos inusuales, permite una inmersión total en el mundo de los soldados, como si el espectador estuviera caminando a su lado.
Las actuaciones son, sencillamente, memorables. Charlie Chaplin, en el papel de Jim, ofrece una interpretación sutil y profundamente conmovedora. Su viaje desde la ingenuidad y la arrogancia a la aceptación de la realidad es palpable. No es un Chaplin como el que nos ofrece el humor físico y las situaciones cómicas de sus comedias más populares. Aquí, la comedia está presente, sí, pero siempre matizada por un profundo sentimiento de tristeza y pérdida. La química entre Chaplin, Buddy Rogers (Bull) y Eric Knight (Slim) es genuina y contribuye a la autenticidad de la historia. Cada uno de los personajes evoluciona a lo largo de la película, mostrando un desarrollo psicológico notable, lo que las convierte en figuras con las que el público puede empatizar fácilmente.
El guion, adaptado de la novela de Reginald Reynolds, es el corazón de la película. No es un relato glorificador de la guerra, sino una representación brutal y honesta de las horrores del conflicto. Se evita la idealización y se muestra la guerra en su verdadera naturaleza: una máquina de muerte y destrucción. La secuencia del desfile, en particular, es un clímax emocional que explota la capacidad del cine para transmitir sentimientos complejos sin necesidad de diálogos. La música, compuesta por Scott Bradfield, juega un papel fundamental en la atmósfera de la película, intensificando las emociones y reforzando el impacto visual de cada escena. El guion, además, es notable por su simplicidad y su fuerza. La historia, aunque aparentemente sencilla, explora temas universales como la amistad, la lealtad, la pérdida y la búsqueda de significado en un mundo al borde del colapso.
“El Gran Desfile” es, en definitiva, una joya cinematográfica que merece ser vista y apreciada por cualquier amante del cine. Más que un simple documental sobre la Primera Guerra Mundial, es una reflexión sobre la condición humana y un testimonio atemporal de las consecuencias de la guerra. Una película que sigue impactando al espectador más de un siglo después de su estreno.
Nota: 9/10
