“El Gran Marciano” (Marsman) no es una película de ciencia ficción convencional. No ofrece batallas espaciales espectaculares ni un villano amenazante que justifique una trama cargada de acción. En cambio, el director Mark Ibold se atreve a proponer algo mucho más intrigante: la banalidad del asombro. La película se construye, con sorprendente éxito, sobre la reacción visceral de un grupo de desconocidos, participantes de un programa de televisión de telerrealidad, a un evento extraordinario que, aunque inexplicablemente extraño, resulta profundamente mundano.
La premisa, aparentemente kitsch, es la base para una reflexión sobre la condición humana y nuestra predisposición a la superstición. El argumento, centrado en un inexplicable fenómeno que ocurre en un entorno rural español, es deliberadamente lento y casi desasoseante. La paciencia del espectador es puesta a prueba, y se recompensa con una atmósfera de creciente tensión, no por el peligro inmediato, sino por la sospecha y el miedo irracional que se cierne sobre los personajes. La película se alimenta de la incertidumbre y la sugestión, creando una experiencia sensorial que es más perturbadora que aterradora en el sentido tradicional.
La dirección de Ibold es notablemente precisa. El uso de la cámara es deliberadamente contemplativo, a menudo grabando a los participantes desde ángulos bajos, enfatizando su vulnerabilidad y confusión. El sonido juega un papel crucial, con ruidos ambientales inquietantes y la banda sonora, minimalista y onírica, que intensifica la sensación de irrealidad. La fotografía, dominada por tonos grises y apagados, contribuye a la atmósfera opresiva y claustrofóbica de la comarca. Sin embargo, la película podría haber beneficiado de una mayor exploración de las motivaciones de los personajes, a pesar del hecho de que sus respuestas son en gran medida producto del miedo.
Las actuaciones son sólidas, con un reparto de actores desconocidos que se entrega plenamente a la tarea. Todos interpretan a personajes que reflejan la reacción natural a un evento inexplicable: desde el miedo paralizante hasta la búsqueda de explicaciones racionales, pasando por la manipulación y la búsqueda de fama. No obstante, la construcción de los personajes es algo limitada, relegándose la caracterización a la mera descripción de sus reacciones ante lo incomprensible. La protagonista, una joven influencer, es especialmente convincente en su intento de convertir el evento en un contenido para sus redes sociales, lo que añade una capa de ironía y crítica social a la narrativa.
En definitiva, “El Gran Marciano” no es una película para todos los públicos. Es un ejercicio de suspense psicológico que desafía las expectativas del espectador y exige una lectura activa de la historia. Su fuerza radica en su capacidad para generar inquietud y en su exploración sutil pero potente de la naturaleza humana. Es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar, planteando preguntas sobre la realidad y la percepción. No es un espectáculo visual, pero sí una experiencia cinematográfica memorable.
Nota: 7/10