“El gran mogollón” es una comedia negra que, con la ironía amarga que caracteriza a su director, Fernando Trueba, nos presenta un retrato implacable y, a la vez, sorprendentemente certero de la política española en su momento álgido. La película, ambientada en los albores de la década de los 90, no se limita a documentar un evento político improbable – la victoria de un partido ecologista minúsculo–, sino que explora las reacciones, los intereses ocultos y las hipocresías de un sistema político que, en su mayoría, solo se preocupa por perpetuarse. Trueba no juzga, simplemente observa y expone, utilizando el humor como arma para desmantelar las pretensiones y las falsas banderas.
La dirección de Trueba es, como siempre, impecable. Logra mantener un ritmo ágil, alternando momentos de tensión y humor con una precisión asombrosa. La película se mueve entre lo cónclave en el Palacio de la Moncloa y las reacciones, a menudo grotescas, de los diferentes partidos políticos. El uso de la cámara, a veces cercana y otras lejana, permite al espectador sumergirse en las dinámicas de poder y sentir la atmósfera de incertidumbre y manipulación que impregna cada escena. Sin embargo, el elemento más destacable de la dirección es su capacidad para revelar la vacuidad de las palabras y la futilidad de los discursos políticos, exponiéndolas como pura retórica sin sustancia.
El reparto es, en su mayoría, excepcional. Los actores ofrecen interpretaciones convincentes y, en muchos casos, brillantes. Miguel Bosé, en el papel de un líder político desquiciado y obsesionado con el poder, aporta un toque de locura y desesperación que resulta especialmente impactante. Pero la película no se centra únicamente en la figura del protagonista. Las secundarias interpretaciones, como las de Ana Torrent y Luis Tosar, son memorables, capturando la desesperación y la frustración de aquellos que se ven atrapados en la maquinaria política. Tosar, en particular, ofrece una actuación de gran fuerza, representando a un hombre que busca desesperadamente una salida a su propia impotencia.
El guion, adaptado de una novela de Julián Maestro, es quizás el punto más fuerte de la película. No es un guion de grandes diálogos o tramas complejas. Su fuerza reside en la sutileza de sus observaciones, en la manera en que expone las contradicciones y las hipocresías del sistema. La trama, aunque aparentemente sencilla, es un vehículo para explorar temas como la corrupción, el populismo, el poder y la manipulación mediática. La película no ofrece respuestas fáciles; simplemente plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza de la política y sobre la responsabilidad de los ciudadanos.
“El gran mogollón” no es una película fácil de ver. Es una crítica mordaz y desoladora, pero también es una comedia inteligente y divertida. Es una película que invita a la reflexión y que, con su irónico humor, nos recuerda la importancia de estar informados y de exigir a nuestros representantes que actúen en beneficio del bien común. No es un placer, pero es una experiencia cinematográfica fundamental para entender la política española de la época y, quizás, algunas de sus problemáticas actuales. Es una joya para los amantes del cine inteligente y con una visión crítica del mundo.
Nota: 8/10