El hombre de Alcatraz (1962)

“El hombre de Alcatraz”, la reciente adaptación de la vida de Robert Stroud, no es simplemente otra biografía criminal. Es, en cambio, una meditación sorprendentemente delicada sobre la soledad, la redención y el poder inesperado del conocimiento. Dirigida con sensibilidad por Taylor Sheridan, conocido por su trabajo en ‘Mare of Easttown’, la película logra, a pesar de sus limitaciones, una resonancia emocional que va más allá de la habitual narrativa de prisiones y castigos. Sheridan, a menudo asociado a la violencia y la tensión visceral, demuestra aquí una notable habilidad para construir un ritmo contemplativo, permitiendo que la historia respire y que el espectador se conecte profundamente con la experiencia de Stroud.

La película se centra en la transformación de Stroud, interpretado con una intensidad contenida por Paul Russell. Russell ofrece una actuación magistral, transmitiendo la incomodidad, la frustración y, eventualmente, la quietud interior del personaje. Su Stroud no es un monstruo sediento de sangre, sino un hombre atormentado por su pasado y desorientado en un sistema carcelario que parece diseñado para quebrantar el espíritu. La película se enfoca menos en el crimen que llevó a Stroud a Alcatraz y más en sus luchas internas, su anhelo de conexión y su creciente obsesión por las aves. Este cambio de enfoque es crucial, pues permite una exploración más rica y matizada de la psicología del personaje.

El guion, adaptado de la biografía de Pieter van der Merwe, destaca por su diálogo conciso y evocador. Las conversaciones son breves pero cargadas de significado, revelando la complejidad de las relaciones entre Stroud y otros prisioneros y guardias. La película evita las simplificaciones típicas de este género, presentando personajes con motivaciones ambiguas y evitando juicios morales fáciles. La relación entre Stroud y el guardián Percy (John Corbett) es particularmente bien escrita, una mezcla de respeto, desconfianza y, quizás, una inesperada empatía. Se presta especial atención a los detalles: el conocimiento de Stroud sobre ornitología, la meticulosidad con la que cuida a sus aves, la forma en que utiliza su experiencia para comprender el comportamiento animal – todos estos elementos se integran de manera orgánica en la narrativa.

La fotografía de Rodrigo Prieto es sublime. Las escenas en la celda, con la luz filtrada a través de la ventana, transmiten una sensación de aislamiento y claustrofobia palpable. Los planos largos, combinados con un uso minimalista de la música, contribuyen a la atmósfera introspectiva de la película. La película no se apoya en efectos especiales o en secuencias de acción, sino que se centra en la construcción del personaje y en la exploración de temas universales como la soledad, la libertad y la búsqueda de significado. Aunque la trama puede resultar un poco lenta para algunos espectadores, “El hombre de Alcatraz” es una película reflexiva y conmovedora que merece ser vista. La película, en definitiva, plantea preguntas sobre la naturaleza de la libertad, el valor del conocimiento y la capacidad de encontrar belleza y propósito en los lugares más inesperados.

Nota: 7/10