El Hombre de río Nevado 2 (1988)

“El Hombre de Río Nevado 2” no es una simple secuela; es una reafirmación del espíritu, la resistencia y la dignidad ante la injusticia. Daniel Monzón nos entrega un western que, a diferencia de muchas producciones del género, se centra no tanto en el enfrentamiento físico directo, sino en la lenta pero implacable erosión de un mundo rural frente a la avaricia y la ambición. La película, con un enfoque más sutil y emocional, se aleja del espectáculo explosivo que a veces caracteriza a este tipo de historias, optando por una atmósfera de tensión palpable que se construye a través del lente de la desolación y la observación.

La dirección de Monzón es magistral. Su habilidad para captar la belleza salvaje y melancólica del paisaje andino es innegable. El uso del color, la iluminación natural y la composición de las tomas contribuyen a crear una experiencia visual que te envuelve, transmitiendo la soledad y la opresión que sienten los personajes. La película respira la idea de un lugar devastado, donde la tierra se alza como testigo silencioso de un conflicto que se desarrolla más en la mente que en el campo. Monzón sabe dar espacio a la reflexión, dejando que la imagen hable por sí misma, lo cual es una valiosa concesión en un género que a menudo se aferra a la acción desenfrenada.

Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Andrés Parodi, en el papel de Jim, ofrece una interpretación contemplativa y profundamente humana. Su personaje no es un héroe romántico, sino un hombre que ha aprendido a vivir en armonía con la naturaleza, y que se niega a renunciar a sus valores por el bien de una promesa de riqueza. Su evolución, lenta y dolorosa, es el corazón emocional de la película. El resto del elenco, incluyendo a Catalina Sandino y a Daniel Valdés, también cumplen con creces, aportando matices y complejidad a los personajes que representan. En particular, la química entre Parodi y Sandino es notoria y se siente genuina, dando peso a la trama romántica que se entrelaza con la lucha social.

El guion, aunque no siempre revolucionario, es sólido y bien construido. La historia está bien planteada, con un ritmo que permite tanto la introspección del protagonista como la gradual escalada de la tensión. Si bien la narrativa puede resultar a veces un poco lenta, la película no se conforma con simplismos ni soluciones fáciles. En lugar de ofrecer una victoria fácil, presenta una lucha desigual, donde la derrota parece inevitable, pero donde la dignidad y la voluntad de resistir son la verdadera recompensa. La película cuestiona la lógica del progreso a toda costa, explorando las consecuencias de la codicia y la destrucción del entorno. No es un apocalipsis, sino una advertencia sutil y potente sobre la fragilidad de la vida y el valor de la tierra.

Nota: 7.5/10