El hombre y el monstruo (1931)

“El hombre y el monstruo” (The Man Who Was Driven to Madness), de Robert Zemeckis, no es simplemente una adaptación de la novela de Robert Louis Stevenson, sino una inmersión vertiginosa en la psique fragmentada de su protagonista, Henry Jekyll. La película, aunque técnicamente innovadora en su uso de motion capture, se eleva sobre la mera novedad tecnológica para convertirse en un estudio de personajes inquietante y profundamente perturbador, y considero que Zemeckis lo consigue con una maestría sorprendente.

Benedict Cumberbatch ofrece una interpretación magistral de Henry Jekyll y, especialmente, de su alter ego, el señor Hyde. Su habilidad para diferenciar sutilmente las dos personalidades, a través de pequeños gestos, cambios de mirada y tonalidades de voz, es fundamental para el éxito de la película. No se limita a interpretar un monstruo físico; la verdadera monstruosidad reside en la lucha interna, en la desesperación y el pudor de Jekyll. La transformación, visualmente impactante, no se convierte en un espectáculo de efectos especiales, sino en una representación palpable de su descenso a la locura. La dirección se centra en el interior de la mente de Jekyll, generando una atmósfera de tensión constante, un peso casi físico que se siente en cada escena.

La película se beneficia enormemente de un guion que, a pesar de algunas simplificaciones respecto al libro original, mantiene la esencia de la narrativa. La relación con Ivy, interpretada por Gemma Arterton, añade una capa de complejidad a la historia. No se trata simplemente de una conquista monstruosa; Ivy, con su vulnerabilidad y su propia oscuridad, actúa como un catalizador para la autodestrucción de Jekyll. La película explora el concepto del amor y la obsesión de una manera particularmente inquietante, mostrando cómo la propia búsqueda de la felicidad puede llevar a la perdición. La tensión romántica no es el punto central, pero sí sirve para amplificar el drama psicológico.

Sin embargo, debo reconocer que la película, en su afán de mostrar la transformación física, a veces sacrifica algo de la profundidad psicológica que se encuentra en la novela. Algunas escenas, particularmente las que involucran al señor Hyde, pueden sentirse un poco forzadas o demasiado expositivas. No obstante, el uso innovador del motion capture, aunque en ocasiones ligeramente artificial, permite una representación visualmente sorprendente de la dualidad de Jekyll. El diseño de producción y la banda sonora complementan a la perfección el tono sombrío y claustrofóbico de la película, creando una experiencia cinematográfica verdaderamente absorbente. Zemeckis no solo crea una historia de terror psicológico, sino un retrato de la fragilidad de la identidad y las consecuencias de la negación de la propia naturaleza.

Nota:** 8/10