“El impostor” no es un thriller convencional, ni siquiera un misterio de secuestro tradicional. Es un inquietante experimento psicológico disfrazado de película, un metatexto que juega constantemente con la percepción del espectador y nos obliga a cuestionar lo que realmente vemos, y, aún más importante, lo que creemos ver. La dirección de Rodrigo Paradizo es magistral en su meticulosa recreación de la época y en su insistente uso de técnicas visuales que refuerzan la sensación de desconfianza. La paleta de colores apagada, la iluminación sombría y las composiciones que desdibujan los límites entre la realidad y la ficción crean una atmósfera opresiva y palpable, un reflejo perfecto del estado mental de los personajes.
La película se centra en Nicholas Barclay, interpretado con una intensidad cautivadora por Orlando Blum. Blum ofrece una actuación extraordinariamente convincente, capaz de transmitir la vulnerabilidad y la confusión de un niño traumatizado, pero también de insinuar algo más siniestro bajo su superficie. Su actuación es el corazón del drama, y su capacidad para sugerir una lucha interna entre la inocencia perdida y una transformación física y emocional inexplicada, es fundamental para mantener el interés del espectador. El resto del elenco secundario, especialmente los actores que interpretan a los investigadores y los familiares, cumplen su función con precisión, ofreciendo interpretaciones sólidas y sin pretensiones, permitiendo que el foco principal permanezca en la evolución de Nicholas.
El guion, adaptado de un documental original, se adentra en territorios complejos y moralmente ambiguos. La película no ofrece respuestas fáciles. En lugar de intentar resolver el misterio de la transformación física de Nicholas, se enfoca en el impacto emocional del trauma y en las consecuencias de las decisiones tomadas por las personas involucradas. La trama se convierte en un laberinto de sospechas y contradicciones, donde cada personaje es potencialmente responsable. Paradizo evita juzgar, presentando una visión multifacética y permitiendo que el espectador forme sus propias conclusiones. El uso de flashbacks, entrevistas y la manipulación de la documentación son recursos narrativos efectivos que contribuyen a la sensación de incertidumbre y la complejidad del caso. La película se acerca a la experimentación cinematográfica al jugar con la verosimilitud, puso en duda lo que el espectador sabe y cree, lo que lo hace reflexionar sobre la construcción de la narración y el impacto de la información en la percepción de la verdad.
Aunque el ritmo puede ser lento en algunos momentos, la película logra mantener el interés del espectador gracias a su atmósfera densa y a su enfoque en la psicología de los personajes. “El impostor” no es una película para todos los gustos, pero para aquellos que disfruten de thrillers que desafían las convenciones y que invitan a la reflexión, es una experiencia cinematográfica memorable y perturbadora. Es una película que perdura mucho después de que terminan los créditos, dejando una sensación persistente de inquietud y duda.
Nota: 8/10
