“El Jardín Secreto” (The Secret Garden), la adaptación de 1993 dirigida por Nicholas Brennan, no es simplemente una película infantil. Es una elegía a la infancia perdida, a la soledad y a la vitalidad inherente a la naturaleza. Brennan, adaptando la novela de Frances Hodgson Burnett, logra trazar una narrativa profundamente emocional que, aunque a veces lenta, se arraiga en la experiencia del espectador de una manera memorable. La película se centra en Mary Lennox, una niña inglesa marcada por una infancia desoladora en la India, que se muda a una sombría mansión en el norte de Inglaterra. La atmósfera opresiva de la casa y el entorno, realzada por la cinematografía de Nickolas T. Hammond, es crucial para entender el impacto psicológico de la llegada de Mary y su transformación.
La dirección de Brennan se distingue por su delicadeza. Evita el sentimentalismo gratuito, optando por una construcción narrativa gradual y poética. El ritmo, sin duda, puede resultar pausado para algunos espectadores, especialmente en los primeros actos. Sin embargo, esa lentitud es fundamental para permitir que el espectador se sumerja en la melancolía de Mary y en el proceso de descubrimiento que la llevará a encontrar consuelo y redención en el jardín. La película explora de manera sutil pero poderosa las consecuencias del abandono emocional y la importancia del contacto con la naturaleza para sanar el alma. La mansión Winterfell, que no es precisamente imponente, se convierte en un símbolo de la desolación interior de Mary, en contraste con la promesa de renovación que representa el jardín.
Las actuaciones son, en general, sólidas. Margaret Rutherford, en su papel de Mary, transmite con maestría la soledad, la amargura y la creciente esperanza de la protagonista. Su transformación es sutil pero palpable. Las interpretaciones de Richard Johnson como el tío Archibald y de Rosemary Harris como la ama de llaves Medlock son igualmente convincentes, dotando a los personajes secundarios de una complejidad que va más allá de los estereotipos. Sin embargo, el verdadero corazón de la película reside en la química entre las actuaciones de Geoffrey Edmond y Colin Moran como Dickon y Colin. Su amistad, construida a través de la conexión con el jardín, es genuina y conmovedora. El guion, adaptado de la novela, se adhiere fielmente a la esencia de la historia original, pero Brennan introduce algunos cambios que, si bien enriquecen la narrativa, también la alejan ligeramente del espíritu original de Burnett. La película amplía la dimensión de la exploración de la naturaleza, sin embargo, se adentra en temas de asilos y traumas que no están tan presentes en el libro.
A pesar de sus posibles puntos débiles en cuanto al ritmo, “El Jardín Secreto” es una película encantadora, visualmente impresionante y profundamente emotiva. Ofrece una reflexión sobre el poder de la amistad, la importancia de la esperanza y la capacidad de la naturaleza para curar heridas emocionales. Es una película que permanece en la memoria del espectador mucho después de que los créditos finales han comenzado a rodar. Es un clásico que invita a la reflexión, incluso décadas después de su estreno.
Nota: 7/10