El jinete pálido (1985)

“El Jinete Pálido” (The Rider) no es una película que te engancha desde la primera escena, ni mucho menos una experiencia cinematográfica fácil. La dirección de Chloé Zhao, con una naturalidad casi documental, se centra en la vida de Brendan Bellotti, un joven vaquero que, tras una lesión en la mano, debe reemplazar su padre en la granja familiar y la vida vaquera. Más allá de la trama principal, la película se teje con una prosaica belleza, un lento y deliberado alejamiento del melodrama tradicional del western. Zhao opta por un retrato crudo y realista de la vida en el oeste americano, evitando la glorificación y la sentimentalidad excesiva. Se siente una honestidad visceral en la manera en que captura la cotidianidad de esos trabajos, la dureza física y mental, y las relaciones humanas en un entorno marginal. La atmósfera es densa, impregnada de silencio y de la contemplación, un recurso que a algunos puede parecer lento, pero que, en mi opinión, es crucial para la efectividad del filme.

Las actuaciones son, en gran medida, magistrales. Timothy Hutton, como el padre de Brendan, ofrece una interpretación desgarradora, transmitiendo la carga de la tradición, la nostalgia y el miedo a perder un mundo que se está desvaneciendo. Nicholas Hoult, en el papel del “jinete pálido”, es particularmente impresionante. Su interpretación de un joven atormentado por su pasado y por su futuro incierto es increíblemente sutil y compleja. No se busca la dramatización, sino que se refleja la fragilidad y la vulnerabilidad de un hombre que lucha por mantenerse a flote, tanto física como emocionalmente. La película se apoya enormemente en las actuaciones de los actores no profesionales que interpretan a los miembros de la familia y amigos de la granja, aportando una autenticidad y un realismo que elevan significativamente la experiencia. Es un trabajo de revelación para muchos de ellos.

El guion, escrito por Chloé Zhao y Rod MacDowell, es, quizás, el elemento más importante de la película. Evita los clichés del género y se centra en la exploración de temas universales: la pérdida, el legado familiar, la identidad y la búsqueda de propósito. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que simplemente presenta la vida de un hombre en su estado más puro, con todas sus limitaciones y sus contradicciones. La ambigüedad deliberada es fundamental. No hay heroísmo, ni moralidad sencilla. Se presenta la lucha, la fatiga, la aceptación y, finalmente, la resignación. El silencio entre las palabras, las miradas, los gestos, todo comunica más que muchas explicaciones. La narrativa no es lineal, se desarrolla de forma orgánica, siguiendo el ritmo de la vida, con sus pausas, sus momentos de intensa emoción y sus periodos de aparente calma.

“El Jinete Pálido” no es una película para todo el mundo. Requiere paciencia, atención y disposición para ser absorbida por su atmósfera contemplativa. No es un western convencional, ni un drama familiar convencional. Es, en esencia, una meditación sobre la vida, la muerte y el legado. Es una película que te marca, te hace reflexionar y te deja una sensación de melancolía y de respeto por la vida en todas sus formas, incluso en las más difíciles. Un film inolvidable.

Nota: 8/10