El juego de Ripley (2002)

“El juego de Ripley”, dirigida por Guillermo del Toro, no es simplemente una película de suspense; es una disección psicológica, una exploración glacial de la ambición, la manipulación y la corrosión moral. Del Toro, conocido por su estética visualmente rica y su habilidad para construir atmósferas inquietantes, nos entrega una obra que, a pesar de no ser un thriller convencional, consigue generar una tensión latente y un terror silencioso que se instala bajo la piel del espectador.

La película se centra en Tom Ripley, interpretado magistralmente por Johnny Depp. Depp, lejos de la exuberancia de sus papeles anteriores, entrega una actuación sutil, casi letana, que define al personaje. Ripley no es un criminal carismático ni un estafador con un plan elaborado; es un hombre de silencios, una criatura fría y calculadora, un agente del caos disfrazado de nobleza. Su mirada, sus gestos, la forma en que se mueve, todo comunica una amenaza contenida, una promesa de violencia. El actor ha logrado una transformación física y emocional impecable, mostrando una vulnerabilidad oculta tras una máscara de sofisticación. La química entre Depp y Jean Reno es excelente, con un Reno como el capitán Rizzo que aporta un contrapunto de humanidad en el mundo sombrío de Ripley.

El guion, adaptado de la novela de Patricia Highsmith, es, quizás, el elemento más sorprendente de la película. No se aferra a un ritmo frenético ni a giros argumentales explosivos. En cambio, se dedica a construir un ambiente claustrofóbico en el que la paranoia y la desconfianza son constantes. La película se consume lentamente, revelando detalles poco a poco, erosionando la fe del espectador en la moralidad de los personajes. Los diálogos son concisos y cargados de significado, y la relación entre Ripley y la familia Vargas, marcada por el engaño y la manipulación, es el núcleo de la narrativa. La historia, aunque basada en un relato criminal, se transforma en un estudio de personajes, una reflexión sobre la naturaleza humana y la facilidad con la que podemos ser corrompidos por la ambición.

El diseño de producción y la dirección artística son, como es habitual en del Toro, impecables. La Venecia de la película no es la ciudad turística que se conoce en la realidad, sino un lugar opresivo, melancólico, plagado de sombras y secretos. Los escenarios, la iluminación, la banda sonora, todo contribuye a crear una atmósfera de pesadilla. Del Toro utiliza el color con maestría, empleando la paleta gris y azul para reflejar el estado de ánimo de los personajes y la atmósfera general de la película. Es una obra que perdura en la memoria, no por su acción, sino por su capacidad para generar una sensación inquietante, una certeza de que algo terrible está por suceder.

Nota: 8.5/10