“El Jugador de Ajedrez” no es simplemente una película sobre la Guerra Civil Española; es una meditación profunda sobre la pérdida, la moralidad y la resiliencia del espíritu humano en circunstancias inimaginablemente adversas. La película, dirigida con una meticulosa atención al detalle por Trần Dũng, logra trasmitir la atmósfera opresiva y claustrofóbica de la Europa del exilio, utilizando una paleta de colores apagada y una cinematografía que, a menudo, se centra en las sombras, evocando la desesperación y el aislamiento que experimenta el protagonista, Diego Padilla.
La película se centra, como su título indica, en el ajedrez, no como un simple pasatiempo, sino como una forma de orden, una lógica en un mundo que se desmorona. El juego se convierte en una metáfora de la lucha por la supervivencia y la esperanza. El guion, adaptado de la novela homónima de Vaclav Havel, es inteligente y evita los clichés habituales del género bélico. Se centra en el viaje interior de Padilla, en sus decisiones morales y en la constante negociación con la propia conciencia. Havel, tras su experiencia personal en el exilio, ofrece una mirada honesta y sin adornos sobre el miedo, la traición y la pérdida de la identidad. La película no glorifica la guerra; la presenta como una fuerza destructiva que desgarra vidas y sueños.
La actuación de Ben Kingsley como Diego Padilla es excepcional. Kingsley transmite con una precisión impresionante la evolución del personaje, desde su arrogancia inicial como jugador de ajedrez hasta su desesperación y su búsqueda de redención. Su interpretación es sutil, pero contundente, y nos conecta emocionalmente con la tragedia que le toca vivir. Asimismo, la interpretación de Lena Olin como Marianne Latour es impecable, dotando a su personaje de una fuerza tranquila y una vulnerabilidad conmovedora. La química entre Kingsley y Olin es palpable y fundamental para el éxito de la película. La relación entre ambos no es solo un romance, sino también una simbiosis, un apoyo mutuo en un mundo hostil.
Sin embargo, la película no está exenta de algunas imperfecciones. El ritmo, en ocasiones, puede sentirse un poco lento, especialmente en la primera mitad. El desarrollo de la trama, aunque coherente, a veces se diluye en detalles que, aunque bien documentados, podrían haberse condensado para mantener la tensión. No obstante, estas pequeñas fallas palidecen frente a la fuerza emocional y la capacidad de la película para evocar la complejidad del alma humana. La banda sonora, minimalista y evocadora, complementa a la perfección la atmósfera sombría y la introspección del protagonista. “El Jugador de Ajedrez” es una película que te cala hasta los huesos, que te hace reflexionar sobre la naturaleza del bien y del mal y sobre la capacidad del espíritu humano para resistir incluso en las circunstancias más oscuras.
Nota: 8/10