El jugador número 5 (2010)

“El jugador número 5” de Frank Darabont, adaptado de la novela de Jesse Hamburger, no es un drama deportivo convencional. Es, en cambio, una película inquietante y perturbadora que se instala bajo la piel y no te abandona tan fácilmente. Darabont, maestro del melodrama, demuestra aquí una habilidad inesperada para construir una atmósfera de creciente tensión, tejiendo una narrativa que se adentra en la oscuridad de la competición, el trauma y la pérdida.

La película se centra en Jon Abbate (Paul Dano), un entrenador de fútbol adolescente consumido por el duelo tras la muerte de su hermano. Al parecer, la coincidencia de ambos fallecimientos lo lleva a asumir el timón de un equipo de la escuela con un historial desastroso. Lo que comienza como una búsqueda de redención personal se transforma rápidamente en algo mucho más siniestro. Darabont no se limita a mostrar la dinámica del equipo; explora la fragilidad mental de Jon y la forma en que su dolor lo corrompe, a él y a sus jugadores. La dirección es magistral en el uso de la luz y la sombra, la paleta de colores apagada y la cinematografía en primer plano contribuyen a intensificar la sensación de claustrofobia y desesperación.

Paul Dano ofrece una actuación impecable. Su Jon es un personaje complejo y profundamente atormentado, sin caer en clichés. La lentitud y la mirada vacía de Dano transmiten un vacío interior y una determinación obsesiva que son perturbadores de ver. El resto del elenco también cumple con creces, especialmente Jake McDorman como el agresivo y problemático jugador Marcus, y Bill Camp como el jefe de autobuses, un personaje extrañamente enigmático que se convierte en la figura de autoridad que Jon necesita, aunque a un coste muy alto. La química entre Dano y McDorman, especialmente, es fundamental para el impacto emocional de la película.

El guion, basado en una novela que, según se dice, es tan perturbadora que el autor no pudo leerla al final, es el punto fuerte de la película. Darabont evita las soluciones fáciles y las explicaciones. La ambigüedad es la norma. El horror no reside en la violencia explícita (aunque está presente), sino en la idea de que el éxito se construye sobre un terreno arenoso, donde la culpa, la obsesión y la manipulación se entrelazan. Las escenas de entrenamiento, aparentemente normales, se ven contaminadas por una sensación inquietante, la idea de que algo está terriblemente mal, incluso antes de que la película revele la verdad. La película plantea preguntas sobre la ética del deporte, la presión social y los límites de la ambición.

En definitiva, “El jugador número 5” es una experiencia cinematográfica visceral y perturbadora que desafía al espectador a reflexionar sobre la naturaleza del deseo, la pérdida y la búsqueda de la redención. No es un filme para todos los públicos, pero para aquellos que buscan una historia que les deje pensando mucho después de los créditos finales, esta película es una obra maestra del terror psicológico.

Nota: 8/10