El jurado (2003)

“El jurado” (1988), dirigida por Sidney Lumet, no es simplemente una película legal; es una disección implacable de la justicia, la manipulación y la fragilidad de la democracia. Si bien la premisa –una demanda contra una corporación armamentística por la muerte de un hombre – podría parecer sencilla, Lumet la transforma en un thriller psicológico que te atrapa desde la primera escena y te deja reflexionar profundamente incluso después de que los créditos finales rueden.

La película se centra en la lucha entre Wendell Rohr (Dustin Hoffman) y Rankin Fitch (Gene Hackman), dos abogados cuyas motivaciones y métodos son diametralmente opuestos. Hoffman, con su habitual presencia serena y su mirada penetrante, personifica la integridad y la búsqueda de la verdad, representando la esperanza de que el sistema judicial pueda ser justo. Hackman, por otro lado, es simplemente magistral. Fitch no es un villano caricaturesco; es un hombre consumido por la ambición y la frialdad, alguien que ve a las personas como meros datos en una ecuación. Su actuación es sutilmente aterradora, porque te da cuenta de que su manipulación es sistemática y que está preparado para llegar a cualquier extremo para conseguir su objetivo.

Lo que realmente distingue a “El jurado” es la dirección de Lumet. La película se desarrolla casi en su totalidad en un centro de mando, un almacén industrial que funciona como la sede del equipo de manipulación del jurado. Esta locación claustrofóbica, con sus monitores que muestran los rostros de los potenciales jurados, crea una atmósfera de tensión constante y nos revela la fría y calculadora naturaleza de la operación. Lumet utiliza la cámara con maestría, alternando planos amplios que ilustran la escala de la operación con aquellos más íntimos que capturan las emociones y el conflicto interno de los personajes. La música de Marvin Hamlisch complementa a la perfección la atmósfera, acentuando la sensación de peligro inminente.

El guion, adaptado de la obra de David Mamet, es brillante en su sencillez y profundidad. Las conversaciones entre los miembros del equipo de Fitch son afiladas, llenas de estrategias y tácticas. El diálogo es natural y creíble, pero a la vez revela la mentira y el engaño que se están utilizando para influir en el jurado. La película no se centra en la acción espectacular, sino en el juego psicológico entre los personajes, y es en este aspecto donde su poder reside. La trama se desarrolla con un ritmo impecable, manteniendo al espectador enganchado hasta el final. Se exploran temas relevantes como la influencia del dinero, la parcialidad y la vulnerabilidad de la justicia frente a la manipulación. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la naturaleza de la imparcialidad y la posibilidad de defenderse contra un sistema aparentemente inamovible.

Nota: 9/10