“El Ladrón” (Der Dieb) no es una película que te va a dejar boquiabierto por su virtuosismo técnico o por un argumento vertiginoso. Más bien, es una película que te invita a la reflexión, a observar las cicatrices de un hombre y a preguntarte qué lo impulsa a seguir adelante, incluso cuando el pasado parece condenarlo. Johannes Rettenberger, interpretado con una sutileza impresionante por Johannes Maurer, es un personaje complejo, casi silencioso, que regresa a la sociedad después de pasar años en prisión. Su reincorporación es torpe, casi infantil, y la película no se anda con rodeos al mostrarnos esa fragilidad.
La dirección de Rettenberger, quien también es el autor del guion, es sutil y paciente. No hay explosiones de acción ni persecuciones trepidantes. En su lugar, nos ofrece un retrato íntimo y desarmante de un hombre que lucha contra sus demonios internos, principalmente a través de la práctica del atletismo (principalmente atletismo de fuerza) como una forma de controlarse y canalizar su impulsividad. Los planos largos, la fotografía en tonos apagados y la ausencia de música durante gran parte de la película contribuyen a crear una atmósfera densa y melancólica, que refleja el estado emocional del protagonista. El ritmo es deliberado, lo que puede frustrar a algunos espectadores acostumbrados a narraciones más rápidas y dinámicas, pero que, en mi opinión, es esencial para transmitir la complejidad de la situación.
La actuación de Johannes Maurer es, sin duda, el punto más fuerte de la película. Su interpretación es magistral, transmitiendo la desesperación, el arrepentimiento y una silenciosa determinación a través de la mirada y los gestos. No necesita diálogos extensos para comunicar sus sentimientos. La dinámica entre él y su ex-esposa, interpretada por Julia Heucobach, es particularmente conmovedora, cargada de tensión y un anhelo que nunca se materializa por completo. La película explora la dificultad de reconstruir relaciones tras un período de alejamiento, y la imposibilidad de realmente "volver atrás".
Sin embargo, la película no está exenta de fallos. El guion, aunque sólido, puede resultar a veces un poco repetitivo en la descripción del proceso de entrenamiento de Rettenberger. Además, la ambigüedad en torno a la "fuerza" que le impulsa a seguir robando bancos nunca se resuelve completamente, lo que puede resultar frustrante para algunos espectadores. El final, aunque abierto a la interpretación, podría haber sido más satisfactorio para aquellos que esperaban una conclusión más concreta. A pesar de estos pequeños defectos, “El Ladrón” es una película honesta y provocadora que invita a la reflexión sobre la redención, el perdón y la capacidad del ser humano para superar sus propios límites.
Nota: 7/10