“El Lago Azul” no es un film que te deje sin aliento, ni que te haga reflexionar profundamente sobre la condición humana. Sin embargo, es una película evocadora, un viaje cinematográfico lento y contemplativo que, a su manera, logra transmitir una atmósfera particular y generar cierta inquietud. Dirigida por Alice Gill, la película se centra en la supervivencia de dos niños, Emmeline y Richard Lestrange, varados en una isla remota durante la era victoriana, después de que su barco naufría durante el travesía del Cabo de Hornos. Gill opta por un estilo visual que recuerda a las películas de supervivencia clásicas, pero sin recurrir a los clichés del género. La paleta de colores, predominantemente verdes y azules, y la fotografía de Michael Blower, son exquisitas, logrando una belleza casi irreal en el paisaje, un lujo que contrasta con la situación desesperada de los protagonistas.
El guion, en gran medida, se basa en la economía de medios. La película se centra en la lenta y meticulosa descripción del entorno y la lucha de los niños por sobrevivir. No hay grandes momentos de acción, ni giros argumentales sorprendentes. En cambio, se presta especial atención a los detalles, a la interacción de Emmeline y Richard, a sus miedos y esperanzas. La ausencia de elementos narrativos dramáticos intensos podría resultar tediosa para algunos espectadores, pero para mí, funcionó como un recurso para establecer una profunda conexión emocional con los personajes. La voz en off de Emmeline, interpretada con una sutileza admirable por Freya Alden, es clave para el desarrollo de la narrativa, ofreciendo fragmentos de recuerdos y reflexiones que enriquecen la comprensión del pasado de los niños.
Las actuaciones son contundentes y especialmente destacadas. Alden ofrece una interpretación natural y vulnerable de Emmeline, transmitiendo su miedo y su determinación con una intensidad sorprendente. El joven Leo Jenkins como Richard, aporta una inocencia y una fragilidad que son conmovedoras. Su relación, un vínculo fraternal forjado en la adversidad, es el corazón de la película. Además, la interpretación de David O’Connell como Paddy, el ayudante de cocina, es fundamental para el ambiente de la película, aportando un aire de bondad y protección a la trama. No obstante, O'Connell no llega a desarrollar plenamente su personaje, limitándose a un rol de mentor, lo que podría haber enriquecido la historia.
Aunque “El Lago Azul” carece de un ritmo acelerado y de un desarrollo argumental complejo, su valor reside en la atmósfera que logra crear. Es una película contemplativa, que invita a la reflexión sobre la fragilidad de la vida, la fuerza del espíritu humano y la importancia de la conexión familiar. No es una obra maestra, pero sí una película bien elaborada, visualmente atractiva y con actuaciones sólidas. La música de Thomas Bell, también merece reconocimiento. Su banda sonora, predominantemente instrumental, refuerza la sensación de soledad y misterio que impregna la película. Sin embargo, su uso es quizás demasiado recurrente, llegando a resultar un poco predecible.
Nota: 6.5/10