El leñador (2004)

“El Leñador” (The Woodsman), dirigida con una precisión inquietante por Kieran Culkin, no es una película fácil de digerir. Es una obra que se instala bajo la piel y persiste mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar, dejando tras de sí una atmósfera densa de angustia, culpa y un palpable terror psicológico. La película no busca el jump scare barato, sino que construye una sensación constante de amenaza latente, alimentada por la interpretación magistral de Kevin Bacon, quien encarna a Walter con una mezcla perfecta de aparente normalidad y un brillo inquietante en la mirada.

Bacon entrega una actuación que merece ser alabada con la mayor de las exigencias. Su Walter es un hombre construido sobre secretos, una fachada cuidadosamente mantenida que apenas oculta la brutalidad de su pasado. No se trata de una representación de la maldad, sino de la fragilidad y la desesperación de un hombre que ha roto con su propia moralidad. La evolución de su personaje, desde la tensa quietud inicial hasta el creciente pánico, es sutil pero contundente, transmitida principalmente a través de pequeños gestos, miradas furtivas y la lucha interna que se refleja en su rostro. La relación con Vickie (Kyra Sedgwick) es el núcleo emocional de la película, un intento desesperado de redención que, aunque breve, ofrece un rayo de esperanza en un mar de oscuridad. Sedgwick complementa a Bacon con una vulnerabilidad y una fuerza interior que hacen que su conexión sea creíble y conmovedora.

La dirección de Culkin es particularmente notable. Se aleja de los clichés del thriller psicológico, optando por una fotografía sombría y una estética de “film noir” moderno que refuerza la atmósfera opresiva. El uso del paisaje rural, con sus bosques interminables y su silencio inquietante, se convierte en un personaje más, intensificando el sentimiento de aislamiento y la presencia constante de un peligro invisible. La película no explica su pasado, dejando que el espectador lo imagine, lo que aumenta la tensión y la angustia. El guion, aunque deliberadamente ambigüedad, carece a veces de profundidad en la exploración de las consecuencias de sus actos, centrándose más en la experiencia interna de Walter. Sin embargo, esta decisión es estratégica, ya que la película se alimenta más de la psicología del personaje que del relato de los hechos.

La presencia del detective Lucas (Mos Def), cuya investigación se ve obstaculizada por su propia desconfianza y prejuicios, añade otra capa de complejidad a la trama. Su personaje, aunque no el centro de la historia, sirve como un recordatorio constante de que el pasado de Walter puede volver a perseguirlo. La película no se preocupa por ofrecer soluciones fáciles ni por juzgar a su protagonista, sino que se centra en la lucha interna de un hombre que intenta escapar de sí mismo, atrapado en un ciclo de culpa y paranoia. “El Leñador” es, en definitiva, una película inquietante, inteligente y profundamente humana, que exige una mirada atenta y que deja una impresión duradera.

Nota: 8/10